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Del opio al cristal: el narcoestado del Talibán ya está aquí | ABC

El fracaso de la guerra del opio en Afganistán es el fracaso contra los talibanes, que en 2020 cultivaron cifras récord de adormidera e impulsaron otra industria millonaria: la de la efedrina, materia prima de las metanfetaminas. Su comercio significa más dinero, más violencia. Y más poder para ellos

LAURA L. CARO / ABC

Sin opio no hay Talibán. La misión occidental de 20 años en Afganistán no fue capaz de descomponer ese círculo vicioso tan fácil de entender, según el cual, los mismos fundamentalistas que se lucran del oro blanco de la adormidera utilizan el dinero para comprar las armas y los explosivos con los que perpetúan la violencia, a su vez generadora de una pobreza que arroja a los ciudadanos a trabajar para ellos en el cultivo de la droga como única opción.

Más de lo que la ficción verbal buenista de estas dos décadas ha querido retratar, el pueblo confía en ese régimen de locos que le da el sustento que el Estado no puede ofrecer, algo que se ha traducido en sucesivos gobiernos todos débiles, sin autoridad, caldo de anarquía, violencia, pobreza, más opio, más dinero, más armas para los talibanes y así una y otra vez. Y vuelta a empezar en un eterno retorno financiero que hace diez años Naciones Unidas ya cifró en 342 millones de euros cada ejercicio.

Para visualizar la mayor o menor fuerza de estos hijos de Alá de 2001 para acá, hubiera bastado con documentar a vista de pájaro la extensión de los campos de amapola, desmadrada desde 2005, que es también cuando la inseguridad en el complejísimo y proceloso mapa afgano empezó a irse de las manos.

Si en el año inmediatamente anterior a la incursión norteamericana mandada por George Bush se computaron 82.000 hectáreas dedicadas a este fin, en 2020 se habían disparado hasta las 224.000, aunque en 2017 había batido el récord de 328.000, de acuerdo con el último informe de la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito difundido este abril. El crecimiento de la superficie se detectó en todas las regiones excepto en las del este y con particular potencia en el sur. Como el talibán. Que en medio de este boom del opio –del que Afganistán es número uno del mundo, con el 90% de la producción total– se ha sacado prácticamente de la nada lo que amenaza con ser otro inagotable manantial de dólares: la extracción de efedrina, presente en una planta que crece salvaje en las montañas, de la que se obtiene la metanfetamina. O sea, el principio del potente y adictivo cristal, también llamado ‘meth’ o ‘ice’. Una droga sintética de bajo precio y alta euforia, que son la garantía de su éxito.

La industria de las brillantes rocas psicoestimulantes ya ha emergido en el país y los talibanes están intentando penetrar con ellas el mercado internacional. Lo dice un documento especial de noviembre de 2020 publicado por el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías (EMCDDA), que constata una enorme preocupación ante el potencial de este nuevo mercado incluso para competir ya con la economía del opio en el área en el suroeste y Nangarhar, al este de Kabul.

Sus estimaciones apuntan a que el movimiento que liderara el mulá Omar ha venido recaudando 3,5 millones de euros anuales gracias a los impuestos que cobra a los recolectores, los procesadores, los tratantes vinculados a la efedrina. Y eso ha sido con la coalición militar occidental dentro de sus fronteras, todavía custodiando una presunta estabilidad, un orden institucional que en dos días se ha revelado una fantasía. O una pesadilla. La consumación de Afganistán como el gran narcoestado es cosa de tiempo.

Poco tiempo. La velocidad con la que se ha multiplicado la infraestructura propia de la obtención del cristal ha sorprendido a los investigadores europeos del Emcdda, que a través de informantes, fuentes documentales y el análisis de imágenes satélites han detectado una explosión de instalaciones desde 2017. Ya se sabía desde 2013 de esta producción en las provincias de Nimroz y, posiblemente, al oeste en Herat, bajo responsabilidad española, pero también que la materia prima de la droga, la efedrina, se extraía de medicinas como jarabes para la tos o descongestionantes importados en frascos, a toneladas, de farmacias de otros países. Caro y laborioso de hacer, misión de químicos cualificados.

Pero lo que han descubierto ahora es otra cosa: esas matas salvajes que crecen en las alturas afganas, las ephedras, basta con recogerlas, secarlas 25 días y extraer de ellas la preciada efedrina a través de un método barato y al alcance de cualquiera. Lo hacen en las ‘cocinas’, que según los investigadores de la UE pasaron de ser de 1 a 30 en tres años solo en Bakwa, un distrito de Faragh y el epicentro geográfico de todo este tinglado. En noviembre se contaron ya 329. Se identifican fácilmente desde el aire, porque cuentan con auténticas balsas a cielo abierto donde se vierten los cuantiosos residuos que genera toda la operación.

Cocina fácil

Es una destreza «fácil, cualquiera puede aprender», describen en la zona. La planta, por ejemplo 450 kilos –por los que se pagarían 283,5 euros a quienes escalan las montañas en su busca–, se pone a remojo en un cóctel de aspecto radioactivo: agua, gasolina, sal y sosa cáustica. Al líquido obtenido se le añade una vez filtrado otro combinado venenoso: más sal, ácido de batería y xileno y el resultado es un «yogur seco». En concreto, 15 kilos de efedrina, cuyo valor es ya de 1.005 euros, y una vez convertido en metanfetamina dará para diez kilos, cuyo precio inicial se elevará a 2.590 euros.

Este último paso, el de la obtención del cristal listo para su consumo, es bastante más técnico y el clima ardiente y polvoriento de Bakwa no es muy adecuado. El Observatorio de Drogas estima que el enclave estudiado tiene capacidad para producir 98 toneladas de efedrina al mes, luego 65,5 toneladas de estimulante, aunque se cree que gran parte de la fabricación se realiza en otras partes de Afganistán, en áreas de la frontera con Pakistán o países vecinos, como Irán.

Los cálculos apuntan a que el sector emplea ya a 2.300 asalariados locales, con sueldos de entre 63 y 101 euros para los que acopian la ephedra o extraen la sustancia alcaloide de ella y hasta 2.049 para los que se ocupan de la química final, lo que supondría una contribución de 46,8 millones a la economía de la zona solo en sueldos. Y eso sin que Bakwa esté manufacturando todo el cristal que podría, puesto que de hacerlo sumaría al menos 200 puestos de trabajo de los mejor pagados y comercializaría con el producto acabado, lo que se cree que elevaría a 203 millones el dinero que dejara la industria. Unas cifras que el maltrecho, cuando no corrupto Estado, no tiene forma de igualar.

Medio siglo traficando

El impuesto del Talibán sobre todo lo que se mueve en esta órbita es del 15%. De la venta de la hierba natural, de la de la efedrina que se saca de ella, del tráfico de las metanfetaminas…. Conviene no perder de vista que el Islam, de cuya doctrina se declaran los más puros representantes en la Tierra, algo así como la gran reserva espiritual del Corán, prohibe el consumo de drogas. Que hayan hecho de ellas su modo de vida lo justifican, según un análisis realizado para el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) por el profesor Alberto Priego, de la Universidad Pontificia Comillas, argumen- tando que, «gracias al opio se podía luchar contra los infieles occidentales inundando de heroína sus países». Esto es, se considera un arma de guerra.

Autor de esa teoría del círculo vicioso mencionado al principio que provoca que inestabilidad y cultivo de la adormidera «se atraigan irremediablemente», el experto añade que tampoco pudieron eliminar las plantaciones cuando empezaron a hacerse con el país tras la retirada del invasor soviético en 1989. Los propios campesinos que les habían llevado al poder les podrían derrocar y además descubrieron que su supervivencia dependía de ese negocio. No se hable más.

En realidad, todo el montaje del narcouniverso afgano está relacionado con la lucha contra los rusos y la anarquía que siguió a su salida.

Explica Priego que los primeros comerciantes de opio del país fueron los autóctonos que se refugiaron en la frontera paquistaní huyendo de embestida del ejército rojo y empezaron a cultivar la amapola, dura frente al frío extremo y al calor, que a finales de los 70 vendían con grandes beneficios a los persas. Pronto contrataron a soldados de la resistencia afgana para proteger esos envíos, tarea por la que los mercenarios cobraban una comisión del 10%, que ya se usó para financiar grupos terroristas.

Ese contexto bélico alumbra a los grandes contrabandistas, como el mulá Nasim Akundzada –una fatwa suya de 1981 legalizó la adormidera–, el pastún Gulbuddin Hekmatyar, líder muyahidín y ‘señor de la guerra’… que abrieron las rutas del opio y la heroína hacia Occidente, hasta Turquía y el Golfo Pérsico. En el caos post soviético, el experto sitúa el origen de ‘los Talib’, un grupo de estudiantes de madrazas, que se configuraron como ‘Los Talibán’ en una mezquita controlada precisamente por uno de los mayores tratantes de droga a gran escala de la región, Haji Bashir Noorzai, valedor del mulá Omar y hoy aún encarcelado en EE.UU.

Para el caso, medio siglo de entrega a este negocio ha servido para abrir vías a Europa –Pakistán pasando por el Golfo Pérsico y Turquía–, hacia el oeste por Irán y Turkmenistán y el norte, que atraviesa toda Asia Central hasta Rusia. Y ahí están, inventadas y operativas para facilitar la puesta en el mercado de la galopante metanfetamina.

Ahora que los guerreros de la peor sharía han retomado en una acción exprés el control de Afganistán, cabe preguntarse si hay algo que hacer para frenar esas producciones, pero también por qué no se hizo durante la larga presencia de la coalición internacional sobre el terreno.

El examen del IEEE constata que la política norteamericana basada exclusivamente en la erradicación de la adormidera no funcionó, puesto que el país «no tiene una economía viable» al margen que ofreciera otras opciones a la población. De ahí que posteriormente se abordara el intento de promoción de cultivos alternativos, esto es, girasol por opio, maíz por opio… un cambio que se estrelló con la realidad comparada de los precios irrisorios contra precios estratosféricos.

Tampoco prosperó, al igual que las sucesivas campañas de bombardeo de laboratorios ordenadas por Washington, que en 2017 arrasaron dentro de la denominada operación ‘Tempestad de Acero’ los talleres de heroína de la provincia de Helmand, en el centro. O eso se creyó hasta que la London School of Economics que, amén de elevar a 1.500 millones de dólares los gastados por EE.UU. en la guerra contra esta droga, demostró que, básicamente, en aquellos ataques se habían liquidado chozas de barro. En 2019, en el corazón de la efedrina de Bakwa, los aviones de combate borraron 68 ‘cocinas’. Pero fue tan fácil como levantar otras al lado, hay fotografías donde se ven.

El hecho fehaciente es que 2020 se cerró con la verificación de que esta industria ya está en marcha y con cifras de opio entre las cuatro más altas nunca vistas, lo que de paso revela que el furor por tan rentables actividades no se dejó aplastar por las restricciones del Covid. Aunque, advierte la ONU, lo que ahora sí cabe esperar es que «la crisis posterior a la pandemia en combinación con los precios al alza de los alimentos» abonen una eclosión aún mayor de la amapola blanca en los próximos años. Seguramente también de la ephedra y sus sustancias. Y con ellas, del dinero, de las armas, la violencia, más y más Talibán.

Fuente: https://www.abc.es/internacional/abci-opio-taliban-cristal-enf-202108230102_reportaje.html

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