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¿Cuál es el origen de los villancicos de Navidad?

Antes de ser cánticos religiosos, fueron la voz de los pueblos, un eco del pasado que celebraba la vida cotidiana.

Los villancicos siguen siendo parte esencial de la Navidad en todo el mundo.

En diciembre, las melodías que envuelven las calles, los templos y los centros comerciales parecen tener un mismo propósito: anunciar la llegada de la Navidad. Sin embargo, detrás de los coros y versos sobre el nacimiento de Jesús, se esconde una historia mucho más antigua y menos solemne.

Los villancicos, antes de ser un símbolo de fe, fueron canciones populares que nacieron entre los habitantes de las villas europeas, mucho antes de que existiera la idea moderna de la festividad navideña.

De las villas al altar

El término ‘villancico’ proviene de la palabra ‘villano’, que en la Edad Media designaba a los pobladores de las villas o aldeas. Aquellos cantos narraban las alegrías, los amores y los oficios de la vida campesina.

No hablaban de belenes ni de estrellas, sino de lo que pasaba en los campos y las plazas. Eran, en esencia, la voz del pueblo. Con el paso de los siglos, estos cantos sencillos comenzaron a tomar forma en composiciones más elaboradas.

Poetas y músicos del Renacimiento adaptaron las coplas populares a estructuras polifónicas, intercalando estribillos y estrofas que más tarde serían reconocidas como rasgos propios del villancico. Pero su espíritu seguía siendo el mismo, contar historias que unían a la comunidad a través de la música.

Ecos paganos y el giro cristiano

Mucho antes de asociarse con la Navidad, los villancicos compartían el escenario con las celebraciones paganas del solsticio de invierno. En Europa, las comunidades se reunían alrededor del fuego para cantar y danzar en honor al renacimiento del sol.

Estas tradiciones, hermanas de lo que en Francia se llamaba ‘carole’, y que dio origen al término inglés ‘carol’, fueron absorbidas por la cultura cristiana con el paso del tiempo.

Ya en el siglo IV, en Roma, se entonaban himnos solemnes durante la Nochebuena. Uno de los más antiguos, el ‘Himno del Ángel’, fue ordenado por el papa Telesforo como parte de la liturgia navideña.

Pero la verdadera transformación llegaría siglos después, con San Francisco de Asís, quien en el siglo XIII popularizó los nacimientos vivientes en Italia e incorporó cantos en lenguas vernáculas. Fue entonces cuando el pueblo, por primera vez, pudo entender y participar en la celebración.

La iglesia encontró en aquellos cantos una herramienta poderosa de evangelización. Y cuando los misioneros cruzaron el océano hacia América, los villancicos también lo hicieron.

En el Nuevo Mundo, se mezclaron con los ritmos indígenas y africanos, dando lugar a nuevas expresiones sonoras que aún hoy resuenan en países de América Latina.

Del templo a la calle

En el siglo XIX, la tradición resurgió con fuerza en la Inglaterra victoriana. El príncipe Alberto impulsó la recopilación de viejos cantos navideños y promovió la costumbre de cantarlos de puerta en puerta, una práctica heredada del ‘wassailing’, antiguo rito de buenos deseos.

Cada diciembre, las calles se llenan de melodías que evocan unión. iStock

Fue también la época en que nacieron clásicos como ‘Noche de Paz’, compuesta en Austria en 1818, que pronto se convirtió en un himno universal de la Navidad.

El siglo XX llevó esos sonidos más lejos. Con la llegada de la radio y el cine, surgieron nuevas composiciones como ‘Jingle Bells’ o ‘White Christmas’, que mezclaron la devoción con el entretenimiento y dieron a la Navidad un tono más global.

Hoy, los villancicos son una memoria viva, un eco de la vida campesina, de las celebraciones paganas y del fervor cristiano. Sobrevivieron a siglos de historia porque lograron algo que pocas expresiones culturales consiguen, unir al pueblo, al templo y al hogar bajo una misma melodía.

En cada acorde se esconde un fragmento del pasado que, años tras año, sigue recordando que cantar también es una forma de celebrar la vida.

Fuente: El Tiempo

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