Los Periodistas

La mala calidad de la democracia estadounidense

Por Dr. Carlos Figueroa Ibarra

Es un lugar común el vanagloriar a la democracia estadounidense, la cual a menudo se pone como ejemplo a seguir en el mundo. Más aún, los Estados Unidos de América han hecho de ese lugar común el pilar ideológico fundamental  de su intervencionismo imperialista a través de la doctrina del Destino Manifiesto.

En su discurso de la victoria y aún antes, el ahora triunfante Joseph  R. Biden expresó que  la democracia de su país era la envidia de muchos países en el planeta.  El elogio de la democracia estadounidense  tiene muchos años. Acaso haya comenzado con la obra de Alexis de Tocqueville, La democracia en América la cual pintó a los Estados Unidos como un ejemplo de democracia y cultura igualitaria.

Siempre he valorado la fortaleza institucional de EUA y  que haya permitido hechos como el escrutinio de la actuación de Richard. M. Nixon en el contexto del escándalo de Watergate. También me  ha parecido envidiable, por mi experiencia en México, el que los fraudes electorales sean verdaderamente una excepción en dicho país. Pero no comparto el exagerado entusiasmo por lo que sucede en el vecino del norte.

Para empezar la democracia estadounidense nació con la suerte de esquizofrenia que aquejó a John Locke y después a la revolución francesa, quienes pregonaron la igualdad entre los seres humanos y la ciudadanía, mientras no sabían cómo explicar la existencia de la esclavitud en las colonias. Mientras los Father Founders estadounidenses construían las instituciones republicanas y el sistema democrático tan  alabado, el país se fundaba  en la esclavitud de  la población proveniente de África y en el genocidio de los pueblos originarios. El asombroso talento de Thomas Jefferson -uno de los íconos de la democracia estadounidense (seguidor de John Locke y de la ilustración)-,  personificó esa suerte de esquizofrenia: adalid de la república y de la democracia  y al mismo tiempo amo de esclavos en su plantación. Amo de esclavos y concubino de una mujer negra con la cual tuvo hijos y a la cual acaso amó.

Después de la abolición de la esclavitud, en buena parte del país coexistió la democracia liberal y representativa  con un sistema de apartheid racista que había vuelto una ficción la posibilidad de que los afroestadounidenses ejercieran el derecho al voto. Aun después de las heroicas gestas por los derechos civiles en los años sesenta y setenta del siglo XX, la democracia estadounidense  ha coexistido con un racismo difuso en la sociedad civil y en las mismas instituciones del Estado. Al racismo abierto o vergonzante, se ha unido el que el sistema bipartidista se asienta en una suerte de plutocracia en la que los hijos de las élites del dinero tienen muchas probabilidades de tener buena fortuna en política aun cuando no tengan muchas luces. George W. Bush es un claro ejemplo de ello, aun cuando John y Robert Kennedy son claro ejemplo de lo contrario.

Las falencias de la democracia estadounidense estuvieron  a punto de darnos hace unos días, el sexto caso en casi 250 años de cómo el voto popular se escamotea a través del anticuado sistema de elecciones presidenciales de voto electoral. Ese escamoteo ha beneficiado siempre a los republicanos. Sucedió en 1824 cuando John Quincy Adams fue electo presidente pese a que había sido derrotado en el voto popular. El evento se repitió en 1876 cuando Rutherford Hayes fue electo después de perder el voto popular gracias a oscuras componendas cupulares (cómo sucedió con Adams) que lo hicieron ganar el voto electoral generando un profundo descontento. Tanto fue el malestar que a Hayes le pusieron el apodo de “Rutherfraud”. El escamoteo de la voluntad popular aconteció nuevamente  en 1888  con Benjamin Harrison. Habrían de pasar 112 años  cuando nuevamente la voluntad popular fue burlada en 2000, con la elección de George W. Bush a pesar de haber perdido  las elecciones populares por 0.51% de los votos frente a Al Gore quien obtuvo 543,895 votos más.

Finalmente en 2016, Donald J. Trump ganó la presidencia pese a  haber perdido el voto  popular  frente a Hillary Clinton con una diferencia de aproximadamente 3 millones de votos. En 2020, Biden estuvo a punto de perder las elecciones pese a que  también se impuso en el voto popular nuevamente por aproximadamente 3 millones de votos.

El sistema electoral estadounidense debe ser cambiado. Ponderar el voto popular a través del voto electoral en base a la cantidad de población que existe en cada una de las entidades federativas de dicho país, origina hechos antidemocráticos como los ya mencionados .Además crea la posibilidad de que métodos fraudulentos decidan el rumbo político del país. En 2000, Bush pudo llegar a ser presidente porque ganó los votos electorales de Florida por una diferencia en el voto popular en ese estado de apenas  535 votos sobre un total de 6 millones de votos contados. Recordemos que el gobernador de Florida en ese año era Jeb Bush, el hermano de George W. Esos 535 votos eligieron al presidente que hizo la segunda guerra de Irak y que así mismo se calificó como un war president (presidente de guerra).  El antidemocrático voto electoral eligió a Trump, calificado como “el presidente estadounidense más peligroso en la historia”. Y es que en efecto, lo que suceda en la democracia estadounidense nos afecta profundamente a los habitantes del resto del planeta.

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