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Patrick Radden Keefe: «Quizás el periodismo no cambie el mundo, pero si molesta al poder como un chicle en el zapato habrá valido la pena» | La Lectura

El reportero estrella de ‘The New Yorker’ publica en España ‘Cabeza de serpiente’, una crónica sobre el poder de la mafia china y el lado más turbio del sueño americano

CAROLINE TOMPKINS(THE NEW YORK TIMES)

Rodrigo Terrasa / La Lectura

Dice Patrick Radden Keefe que sus libros, igual que sus reportajes en la revista The New Yorker, son como patos en un estanque. Uno puede leerlos desde la superficie y disfrutar con la coreografía perfecta de sus textos, avanzar casi sin darse cuenta por sus páginas. O puede asomarse bajo el agua, a menudo llena de fango y mierda, y observar todo el esfuerzo que hay detrás. Las patitas del pato agitándose a lo loco para no hundirse en los bajos fondos son en su caso años de investigación, cientos de entrevistas, decenas de miles de documentos, sumarios y confidencias y un tocho de páginas en el epílogo de cada nueva obra que sostienen, justifican y explican cada línea de su delicioso embalse.

Así ocurría en No digas nada, la imponente crónica sobre el conflicto en Irlanda del Norte que le presentó ante el gran público en nuestro país. En El imperio del dolor, el retrato de la poderosa familia Sackler durante la epidemia de opioides en Estados Unidos. O en Maleantes, una recopilación de sus mejores perfiles sobre estafadores, asesinos, rebeldes e impostores. Y así ocurre ahora en Cabeza de serpiente, un libro escrito en 2009 que llega a España también de la mano de la editorial Reservoir Books.

Radden Keefe (Boston, 48 años) sumerge esta vez a su pato laqueado en el inframundo de Chinatown para destripar los negocios de la mafia asiática, el tráfico de personas y el reverso más tenebroso del sueño americano. Su maleante es ahora Cheng Chui Ping, la siniestra Hermana Ping, una mujer que durante casi 20 años regentó un bazar de cachivaches en East Broadway mientras dirigía una sofisticada y multimillonaria red que transportaba de forma clandestina a miles de inmigrantes indocumentados desde el sudeste de China hasta Estados Unidos.


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PREGUNTA: ‘Cabeza de serpiente’ arranca con la escena desesperada de un grupo de inmigrantes arriesgando sus vidas para alcanzar la costa de Nueva York. Han pasado 15 años desde que se publicó el libro en EEUU y no parece que las cosas hayan cambiado demasiado.

RESPUESTA: Sí, y es frustrante. Es un tema complicado y si escuchas el discurso político aquí, en EEUU, pero también en Europa y en España, hay una tendencia a demonizar a estas personas que se juegan la vida en estos viajes para tener un futuro mejor. Para mí son héroes y por eso quería mostrar su humanidad. Pero a la vez entiendo que políticamente es imposible recibir a todo el mundo. Esa es la paradoja del libro, lo era hace 15 años y lo sigue siendo hoy.

P: Tampoco ha cambiado demasiado el perfil de la gente que sigue explotando las miserias de la gente. El mundo sigue lleno de personajes como la Hermana Ping, pero también de familias sin escrúpulos como los Sackler, de mafiosos, narcotraficantes, estafadores… No sé si le deprime pensar que por mucho que contemos sus historias, el mundo nunca cambia.

R: Siempre habrá sinvergüenzas y yo estoy muy interesado en las zonas grises de esos personajes. Por ejemplo, de la Hermana Ping. Yo oí hablar de ella por primera vez hace casi 20 años. Se estaba celebrando el juicio contra ella en Nueva York y me enteré de que había una mujer que había estado traficando con toda esa gente de China, que se había dado a la fuga y que el FBI la había atrapado. Era una villana. Sin embargo, en Chinatown todo el mundo pensaba que era una heroína, que era como Robin Hood. Había gente en Chinatown que se ofrecía a cumplir la pena de prisión por ella. Esa doble cara es lo que más me interesa como periodista… Yo aún tengo fe en ese periodismo, pero no sé si la suficiente. Creo que el periodismo es algo importante, pero también que la mayor parte de las veces nunca consigues cambiar las cosas. Si cualquiera de nosotros se dijera a sí mismo: «Hago este trabajo porque quiero cambiar el mundo», se pasaría la vida decepcionado.

P: Le oí en una ocasión comparar el periodismo con un pedazo de chicle pegado a la suela de un zapato.

R: Sí, me gusta pensar que es algo modesto. Por supuesto que siempre quieres más, yo siempre quiero que se haga justicia cuando escribo sobre algo injusto. Pero también creo que a menudo lo único que puedes hacer es contar la verdad y contarla de una manera que sea imposible de borrar para la gente implicada. Mientras escribía El imperio del dolor, encontré a una mujer involucrada en el negocio de los Sackler años atrás. La llamé y me dijo: «Este caso va a ser como un pedazo de chicle pegado a mi zapato por el resto de mi vida». Básicamente me quería decir: «¿Por qué me preguntas por algo que pasó hace años?». Y justo ése es, para mí, un objetivo del periodismo. Una de sus funciones es decir sé quién eres, sé lo que hiciste, y ahora cualquiera en el mundo podrá saberlo. Cuando busquen tu nombre en Google, encontrarán mi libro y estará ahí para el resto de tu vida. Quizás el periodismo no cambie el mundo, pero si molesta a los poderosos como un chicle en el zapato habrá valido la pena.

ALBERT LLOP(NUR PHOTO / GETTY)

P: ¿Se parecen el Radden Keefe actual y su trabajo de ahora al periodista y al trabajo que soñó de adolescente?

R: Sí. Bueno… Sí y no. Me encanta mi trabajo, me divierto y me siento muy afortunado. Sé que no todo el mundo encuentra emocionante lo que yo encuentro emocionante, pero para mí no hay nada mejor. Puede que no te hagas rico, yo no tendré pensión y no sé cómo me las arreglaré con la jubilación, pero me divierto y siento que hago lo correcto. También es verdad que nunca imaginé cómo cambiaría el negocio. El papel de los medios en la vida contemporánea no es el que era en los 90. Así que tengo que ser humilde.

P: Sobre todo porque su periodismo es una especie en peligro de extinción… Hace un tiempo leí un perfil sobre usted que le definía como «el último periodista con tiempo y presupuesto».

R: Así es. Por un lado, me siento increíblemente afortunado pero, por otro lado, no es divertido ser el último de los dinosaurios. Obviamente no sólo estoy yo, pero es cierto que ya no hay muchas revistas que hagan este trabajo ni muchos periodistas que puedan hacer este periodismo. Y creo que aún es importante. No sólo en un sentido literario, por el placer de la lectura, sino también para pedir cuentas a los poderosos, a los corruptos. Para decir la verdad al poder.

P: Además de tiempo y dinero, usted cuenta con un ejército de ‘fact checkers’ que verifican cada una de sus palabras. Otra anomalía en el periodismo de estos tiempos. ¿Todavía importa la verdad?

R: Espero que sí. El New Yorker paga por los verificadores de mis reportajes, pero a los verificadores de mis libros les pago yo de mi bolsillo. Es muy caro, pero creo que vale la pena. Yo intento ser fiable y ganarme la confianza de mis lectores. Hoy lees algo en Twitter y es imposible saber si es cierto o no. Pero si lo lees en New Yorker, sabes que hay un esfuerzo detrás para garantizar que son hechos exactos.

R: Su periodismo es muy caro. ¿Es también rentable?

R: Creo que lo es. Pero también creo que los medios tienen que pensar bien cómo gastan su dinero. Incluso The New Yorker. Yo no vuelo en clase business, ni tengo oficina. El mío no es un trabajo lujoso. Escribo en casa o desde cualquier escritorio que encuentre. Y cada dólar que se gasta The New Yorker va a la página. Creo que los medios deben ser inteligentes a la hora de gastar su dinero, pero también que existe un apetito, que la gente tiene ganas de consumir historias. Hay quien piensa que en la era de TikTok y Twitter, cuando nuestros lapsos de atención son tan cortos, la gente sólo quiere noticias en un minuto. Pero sabemos, porque tenemos los datos para demostrarlo, que hay cientos de miles de personas dispuestas a pasar 45 minutos leyendo un artículo de 10.000 palabras.

P: ¿Y cuál es el truco para mantenerlas enganchadas?

R: Parte del truco es no asumir que seguirán leyendo. Yo ahora mismo te estoy mirando a ti en mi ordenador, pero encima de tu cabeza hay como 50 pestañas abiertas. Todo son distracciones, cosas con las que competimos. Yo lo que busco siempre es contar algo que funcione como una buena historia. Quiero distribuir la información de una manera que te haga sentir humano como lector y manejo mis personajes como si fueran cartas de póker. Dosifico la información para sorprenderte. Cabeza de serpiente, por ejemplo, empieza por la mitad de la historia. Podría haber seguido un orden cronológico, pero arranqué con el momento más dramático y loco, con un barco que encalla en Nueva York con 300 personas a bordo.

«No quedan muchos periodistas que puedan hacer el trabajo que hago yo. Me siento afortunado, pero no es divertido ser el último de los dinosaurios»

P: ¿Qué debe tener una historia para atraparle a usted, para que quiera escribir sobre ella?

R: Mmm… No tengo una lista de ingredientes. Normalmente lo sé cuando lo veo, pero seguro que tiene que contar con personajes interesantes. Yo escribo historias sobre la gente e incluso cuando se trata de una historia sobre instituciones o grandes asuntos, necesito empezar por un nivel muy humano. En eso me parezco un poco a un novelista: si no tengo una historia humana en la que basar la narración, no sé hacerlo. Es casi como una película, necesito un casting.

P: ¿Y cuándo sabe que esa historia puede convertirse en un gran libro?

R: Hasta ahora me ha pasado cuatro veces, porque ahora estoy trabajando en un libro que también empezó como un artículo. A veces me paso un año trabajando en un reportaje, escribo 15.000 o 17.000 palabras y la mayoría de las veces cuando acabo me quedo en paz y no necesito volver. Se acabó. Pero ha habido cuatro veces en mi carrera en las que llegué al final de una pieza y sentí que era sólo el comienzo, que quedaba mucho más que decir.

P: ‘The Washington Post’ dijo que ‘Cabeza de serpiente’ se lee como una novela de John le Carré. ¿Cuánto le preocupa caer en la tentación de la ficción o la literatura?

R: Me tomo el comentario como un gran cumplido, porque además yo tomo prestadas conscientemente algunas de las herramientas de los novelistas, de escritores de thriller, de suspense, misterio… Hago todo eso a propósito y no me preocupa en absoluto. Aspiro a que mis obras tengan calidad literaria, pero nunca voy a hacer trampas. Y este es un tema peliagudo, porque si nos remontamos al siglo XX, algunos de los grandes escritores de no ficción sí hicieron trampas. Se inventaron cosas. Truman Capote lo hizo y ahora lo sabemos. Para mí, la regla absoluta es que puedes tomar prestadas herramientas narrativas de la literatura, pero jamás puedes inventar una escena, ni siquiera atribuir a alguien un pensamiento que no tuvo. Si está en mis páginas, tiene que haber ocurrido de verdad.

P: Usted habla de los «personajes» de sus libros, aunque sean personas reales. ¿Qué tienen en común la Hermana Ping, los Sackler, el Chapo Guzmán o las Hermanas Price de ‘No digas nada’? Tengo la impresión de que todos viven en esa especie de autoengaño de ‘Cabeza de serpiente’, negando su condición de malos de la película.

R: Es interesante, pero tampoco tengo una fórmula. Sé que cuando estoy interesado en alguien, quiero saber más. Y no siempre sé por qué. Como dices, estoy muy interesado en el autoengaño, pero también en el carisma. En la gente que tal vez no tiene la mejor brújula moral, pero es muy persuasiva, emprendedora y trata de retorcer el mundo y cambiarlo.

P: ¿Le preocupa humanizar demasiado a los malos?

R: No. Hay demasiada moralización fácil en nuestra sociedad y vivimos en tiempos muy maniqueos. Yo no justifico las cosas malas que alguien hace, pero tampoco soy un sacerdote. Intento entender a esta gente y eso significa acercarme a ellos tanto como pueda. Pueden haberse desviado, pero son seres humanos. Y entender cómo se desviaron es lo más interesante para mí.

P: ¿Y cómo se escribe sobre alguien que no quiere que se escriba sobre él?

R: La clave de gran parte del periodismo es el acceso. Y, si se trata de alguien muy poderoso, no suele haber mucha transparencia. Sobre todo ahora que las celebrities pueden ir a sus redes sociales para llegar al público. Antes podías ser la estrella de rock más grande del mundo, podías ser Mick Jagger, pero si sacabas un álbum querías salir en la revista Rolling Stone. Puede que no te gustara, pero tenías que hacerlo. Eso ya no funciona así. Ahora tienes que trabajar mucho más duro porque tienes que localizar a todas las personas que conocen a un personaje para hablar de él. Yo necesito encontrar a esa gente, porque quiero acortar distancias, que sientas que conoces al personaje, aunque no hable conmigo. Y la única forma de hacerlo, sinceramente, es entrevistar a mucha gente que sí los conozca.

P: Talese lo hizo con Frank Sinatra hace 60 años. Usted podría hacer ‘El Chapo está resfriado’…

R: Hay aspectos de ese tipo de trabajo que admiro y estoy muy contento de que sucediera el llamado Nuevo Periodismo porque creo que abrió las puertas, lo sacudió todo e hizo posibles diferentes estilos, pero creo que el mío es mucho más comedido. Hablo de Gay Talese, de Hunter S Thompson, de Tom Wolfe… En cualquiera de ellos había una voz muy sonora, una gran presencia del escritor, que atraía la atención. Yo sólo me meto en mis historias cuando es absolutamente necesario.

«Aspiro a que mis obras tengan calidad literaria, pero nunca voy a hacer trampas. Si algo aparece en mis páginas, tiene que haber ocurrido de verdad»

P: ¿Alguna vez ha pasado miedo haciendo un reportaje?

R: Creo que hay muchos lugares en el mundo donde es muy, muy, muy peligroso ser periodista hoy en día. En Gaza o en Ucrania. Es muy peligroso ser periodista en México. Así que me resisto a hacer creer que lo que yo hago es arriesgado. Dicho esto, yo escribo sobre algunas personas desagradables y soy bastante cuidadoso. Eso no significa que no ocurran situaciones surrealistas. En una ocasión, estaba con mi hijo pequeño en la clase de kárate de su hermano, le dejé mi móvil para que se entretuviera y accidentalmente llamó por FaceTime a un contacto de mi teléfono que trabajaba en Juárez para el cártel de Sinaloa. Fue surrealista, incluso divertido, pero no diría que pasase miedo. Pasé más miedo cuando fui a México y entrevisté a ese mismo hombre durante horas y horas en la frontera.

P: ¿Y tuvo algún problema con la poderosa familia Sackler mientras escribía ‘El imperio del dolor’?

R: Tuve muchas, muchas, muchas, muchas, muchas, muchas amenazas legales durante dos años. Y hubo un momento, durante la pandemia, en el que tuvimos a un investigador privado en un coche aparcado en mi barrio, vigilando mi casa. No sé si lo enviaron los Sackler, pero yo no estaba trabajando en otra cosa en ese momento.

P: ¿Qué puede contarme sobre su próximo libro?

R: Pues parte de un artículo que publiqué en febrero sobre un chico que murió en 2019 en Londres, tras caer al Támesis desde el balcón de un edificio de lujo. Después de su muerte sus padres se enteraron de que el chaval había estado fingiendo ser el hijo de un oligarca ruso. El libro es la historia de sus padres tratando de averiguar quién era realmente su hijo y, en un nivel más profundo, es una historia sobre cómo el desagradable dinero extranjero ha corrompido Londres en las últimas tres décadas.

P: ¿Qué es lo que todavía le emociona de esta profesión?

R: ¡Todo! Tengo que ser honesto. Me encanta informar, me encantan las nuevas historias y me encanta el proceso de escribir. Es muy gratificante que los libros salgan a la venta en otros idiomas, y poder viajar y conocer a lectores que encuentran en mi obra cosas que yo no sabía que estaban ahí. Me siento increíblemente afortunado. El problema es que me divierto demasiado y mi mujer y mis hijos se quejan porque me paso los sábados por la tarde trabajando. Y no lo hago porque lo necesite, sino porque me divierte.

P: Usted no estudió Periodismo, sino Derecho. ¿Se ha imaginado alguna vez en un bufete de abogados?

R: Sería un abogado terrible. Soy muy malo trabajando en cosas que no disfruto y odiaba trabajar como abogado.

P: ¿Y como autor de ficción?

R: También sería malo. Lo intenté cuando estaba en la universidad y podía escribir una escena o escribir diálogos, pero no era muy bueno en la trama. Me paralizo ante la posibilidad de que cualquier cosa pueda suceder. Lo que me gusta de la no ficción es que salgo y encuentro los hechos, y luego sólo tengo que organizarlos. Es como encontrar conchas en la playa. Si me dices que puede pasar cualquier cosa, me entra vértigo.

P: ¿Cuánto falta para que podamos pedirle a ChatGPT que escriba un perfil de 10.000 palabras de cualquier personaje con el estilo de Patrick Radden Keefe?

R: Podrías hacerlo hoy mismo. Y ChatGPT te daría algo que incluso podría sonar como yo. ChatGPT es capaz de aprovechar un montón de libros y publicaciones en la red, pero hay un montón de cosas que no viven en internet que no será capaz de conseguir. Los periodistas que temen ser reemplazados por una inteligencia artificial probablemente serán reemplazados por una inteligencia artificial porque, si tienen miedo, es porque se dedican a coger las cosas que ya están en internet, a reorganizarlas y a ponerlas de nuevo en internet. Eso también lo hace ChatGPT. Pero yo creo que eso no es periodismo. El periodismo es salir y cavar y, con suerte, sacar nuevas cosas a la luz.

P: Si fuera un adolescente hoy, en 2024, ¿querría volver a ser periodista?

R: Creo que sí. Tengo un hijo adolescente y sé que él ha crecido en un entorno de información muy diferente al mío, pero sigo pensando que este es el mejor trabajo del mundo y que todavía es posible hacerlo bien. Yo, al menos, voy a seguir bailando hasta que la música se detenga.


Cabeza de serpiente: Una epopeya oscura en Chinatown

Patrick Radden Keefe

Reservoir Books. 472 páginas. 24,90 euros.


Fuente: https://www.elmundo.es/la-lectura/2024/09/05/66d4a281e85ececc1c8b457c.html

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