El presidente dominicano, Luis Abinader, ha ordenado levantar una gran barrera para impedir el paso de los haitianos, acosados por la pobreza y las bandas callejeras

Miles de personas esperan en Ouanaminthe, Haiti; para cruzar a Dajabón, ya en la República Dominicana, el pasado mayo. MATÍAS DELACROIXAP PHOTO

DANIEL OZANO / Dajabón (Frontera entre la República Dominicana y Haití) / EL MUNDO

¿Una gorra con la bandera haitiana aquí en Dajabón? ¿Quién va a querer algo así?”, protesta Grimél en creole, la lengua de su país. Esta mujer haitiana, de 38 años, vende ropa en el mercado binacional a pocos metros de la frontera que separa el municipio dominicano de Dajabón de la población haitiana de Juana Méndez. No entiende cómo el reportero busca esa prenda en el país vecino, marcado por una xenofobia históricain crescendo. Piensa que se ha vuelto loco.

La tensión es tan evidente que se huele mezclada con el sudor. Y donde más se siente es en el paso fronterizo entre los dos países. Uno de los guardias dominicanos no duda en emplear su bastón de madera, que despide cargas eléctricas, para ordenar un caos imposible. Hay tanquetas, vehículos blindados, armas automáticas y mucha vigilancia, incluso aérea, entre empujones, vallas que se abren y cierran y camiones pesados que se atraviesan mientras las fuerzas del Cuerpo Especializado en Seguridad Fronteriza Terrestre intentan mantener el control entre el ir y venir de miles de personas.

Las mujeres haitianas usan unas carretillas para transportar sus mercancías, desde ropa hasta chatarra. Son mujeres fuertes, muy castigadas, el peso de esas carretillas es enorme. No se ve a los hombres en semejantes menesteres. Unos y otros entran y salen del mercado colindante cuyos pasadizos estrechos parecen un laberinto humano sin salida.

En pocos metros, al sur y al norte del puente fronterizo y del mercado binacional, se ha escrito la historia de la isla de La Española y de los dos países que la habitan, incluso sus capítulos más oscuros, como la matanza del río Masacre. El penúltimo corresponde al famoso muro que el presidente Luis Abinader ha ordenado levantar, tan parecido al que separa Estados Unidos de México. La construcción del muro y la política de deportaciones constantes cuando al otro lado, sobre todo en Puerto Príncipe, las bandas callejeras controlan el 80% del territorio a la espera del desembarco de tropas africanas enviadas por Naciones Unidas, fueron clave para su reelección, conseguida con el 57% de los apoyos. Ninguno de sus opositores se distanció de esta misma política.

“Las fronteras no son imaginarias, es nuestro deber controlarlas. Somos los mejores anfitriones del mundo, nuestras puertas están abiertas”, destaca la publicidad gubernamental, con música parecida a las recepciones de los hoteles de Punta Cana. Hasta que, de repente, el anuncio cambia de color y de tono y se transforma en algo parecido a Los Hombres de Harrelson. “Pero si detectamos el más mínimo riesgo, tenemos el derecho a cerrarlas. Por eso nuestra frontera nunca va a ser la misma. Existen controles, registro biométrico, videovigilancia por drones. Nos fortalecimos por tierra, mar y aire, nuestro ejército está en la frontera. Todo tiene un límite, excepto el orgullo de ser dominicanos”.

La inminente llegada de las tropas africanas ha cambiado el tablero de la estrategia local y miembros de bandas, pese al poder que han atesorado en los últimos meses, han salido disparados de la capital haitiana. A tres de ellos los linchó la gente en Mirebalais, a mitad de camino entre la capital y la frontera.

Relativamente mejor le fue a Rene Rut, uno de los reos huidos de la cárcel de Puerto Príncipe durante el asalto de las pandillas de marzo pasado, capturado por la policía dominicana en la frontera. Más al Sur, en Jimaní, también cayó Dolan Valoz, pandillero de la banda Los 400 Mawozo.

“Es lo peor que le podía pasar a un país como el mío, con una historia tan grande. Las bandas de pandilleros, las de Ti Gabriel o Jimmy Barbacoa, no han nacido solas, las han creado las cabezas grandes (líderes políticos y empresariales), son ellos quienes las controlan”, detalla a EL MUNDO el ex futbolista Denson Joseph, de 29 años, a quien todos en la frontera conocen como Yei Yei.

Joseph también ha instalado su puesto de ropa deportiva de contrabando en el mercado binacional, junto a la zona de las bicicletas, desde donde otea todo lo que por allí ocurre. Unas horas más tarde, desde la comandancia, se deportará un par de camiones llenos de haitianos, como todos los días. Son ilegales, les faltan papeles o les atraparon con mercancía de contrabando, sobre todo cigarrillos, ron y whisky.

Los que tienen más músculo económico pagan alrededor de 500 pesos dominicanos (ocho euros) y aliados con la suerte puede que esquiven el regreso forzado. Las deportaciones masivas han adornado el último año de mandato de Abinader: más de 250.000. Y en 2024 no cesa el ritmo.

“Los gángsteres que tienen más poder llegan desde la capital disfrazados, cruzan la frontera a pie. Pero estamos convencidos de que los soldados de Kenia van a poder con ellos, hicieron un gran trabajo en Somalia“, desvela un agente haitiano que omite su nombre a este periódico.

Cruzar la frontera estos días cuesta 2.000 pesos, más 8.000 si te llevan en motoconcho (taximoto) a otra ciudad. En total, 157 euros. Hace unos días, la policía dominicana capturó a Cristian José de los Santos cuando trasladaba a un hotel del distrito nacional a los 25 haitianos que traía desde la frontera.

“Mi país no me brinda otras cosas, por eso estoy aquí. Nos maltratan en los dos lados, hasta te golpean y te encarcelan por días. En mi país no hay autoridades que den la cara por nosotros. No todos los dominicanos son racistas, pero otros nos dicen que somos el diablo y que no somos bienvenidos aquí”, concluye Grimél.

Fuente: https://www.elmundo.es/internacional/2024/06/22/66758663e4d4d8e64c8b4590.html

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