Los Periodistas

#ElRinconDeZalacain | “Si quienes aman el vino y el amor van al Infierno, vacío tiene que estar el Paraíso” Omar  Khayyam

Por Jesús Manuel Hernández*

Una transmisión de “Welcome DTV” desde Madrid trajo a la memoria del aventurero Zalacaín recuerdos de la poesía del vino.

Jimmy Lim, Jesús Flores Télez, dos grandes amigos y maestros estuvieron en la mesa donde junto a otros colegas se rindió homenaje a Custodio López Zamarra, sin duda un referente único en cuanto a la labor de sumiller en Europa, ya retirado, y quien recibió hace unos días el Premio Cervantes de Gastronomía.

Agradable mesa donde se ponderó la labor del sumiller, finalmente un camarero con más conocimientos, especializado en bebidas. Al final Custodio mencionó una frase de Omar Khayyam contenida en el Rubaiyat: Si quienes aman el vino y el amor van al Infierno, vacío tiene que estar el Paraíso”, dijo López Zamarra.

Zalacaín reconoció la frase, un tanto incompleta, y acudió, como suele hacerlo ante la duda, a buscar en la biblioteca, ahí estaban algunas obras de  Khayyam.

Y efectivamente aparecio el texto completo:

“Escucho decir que los amantes del vino serán condenados. No existen verdades comprobadas, pero hay mentiras evidentes.
Si quienes aman el vino y el amor van al Infierno, vacío tiene que estar el Paraíso”

El vino siempre ha estado relacionado con las artes, no solo en cuanto a la pintura y la escultura, también a las letras, a la poesía.

Un viejo amigo y maestro, Alberto Torreblanca, ya fallecido, acostumbraba enviar  cartas de fin de año con algunas frases y poesías relacionadas con el vino. Alberto fue un gran promotor del consumo del vino y un gran divulgador de su cultura.

Zalacaín guardaba algunas cartas donde citaba frases y poesías como estas:

De Manuel Machado:

“Vino español… motor fuerte

De oro y sangre, licor

Que amalgama el sabor

Del amor y de la muerte…

Cuando tu linfa se vierte

Dentro de la sangre, baña

El espíritu y la entraña

Dando una fiera alegría

Tan nuestra… que se diría

Que nos bebemos a España”.

Del poeta árabe Omar Ibn al Faridh en su “Elogio al Vino”, Alberto citaba:

“Es algo limpio y no es agua,

Es algo fluido y no es aire,

Es una luz sin fuego

Y un espíritu sin cuerpo”

Había otros sin autor pero seguramente sacados de algunos textos de su biblioteca, pues en aquellas épocas el internet no existía:

“El trigo dijo a la viña: tu eres el vino, yo soy el pan.

Y la viña dijo al trigo: tú eres cuerpo, yo la sangre.

Compañero… qué más da…”

Zalacaín tenía junto a estas frases algunos recortes y hojas sueltas donde habían aparecido poesías relacionadas con el vino, acostumbraba leerlas frente a sus amigos cuando se destapaba alguna botella especial.

Ahí estaba estos, entre otros el del cubano

José Ángel Buesa quien escribió “Brindis”:

“He aquí dos rosas frescas, mojadas de rocío:

una blanca, otra roja, como tu amor y el mío.

Y he aquí que, lentamente, las dos rosas deshojo:

la roja, en vino blanco; la blanca, en vino rojo.

Al beber, gota a gota, los pétalos flotantes

me rozarán los labios, como labios de amante;

y, en su llama o su nieve de idéntico destino,

serán como fantasmas de besos en el vino.

Ahora, elige tú, amiga, cuál ha de ser tu vaso:

si éste, que es como un alba, o aquél, como un ocaso.

No me preguntes nada: yo sé bien que es mejor

embriagarse de vino que embriagarse de amor…

Y así mientras tú bebes, sonriéndome así,

yo, sin que tú lo sepas, me embriagaré de ti…”

El argentino Jorge Luis Borges escribió “Soneto del vino”:

“¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa

conjunción de los astros, en qué secreto día

que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa

y singular idea de inventar la alegría?

Con otoños de oro la inventaron. El vino

fluye rojo a lo largo de las generaciones

como el río del tiempo y en el arduo camino

nos prodiga su música, su fuego y sus leones.

En la noche del júbilo o en la jornada adversa

exalta la alegría o mitiga el espanto

y el ditirambo nuevo que este día le canto

otrora lo cantaron el árabe y el persa.

Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia

como si ésta ya fuera ceniza en la memoria”.

Curiosamente este último poema donde se citan los cantos de los árabes y los persas, trajo de nuevo a Omar Khayyam, el matemático, astrónomo y poeta persa con su “Oda al vino”:

“¿Por qué vendes tu vino, mercader?

¿Qué pueden darte a cambio de tu vino?

¿Dinero? … ¿Y qué puede darte el dinero?

¿Poder? … ¿Pues no eres el dueño del mundo

cuando tienes en tus manos una copa?

¿Riqueza? … ¿Hay alguien más rico que tú,

que en tu copa tienes oro, rubíes, perlas y sueños?

¿Amor? … ¿No sientes arder la sangre en tus venas

cuando la copa besa tus labios;

no son los besos del vino tan dulces

como los más ardorosos de la hurí?

Pues si todo lo tienes en el vino,

dime mercader: ¿por qué lo vendes?

Poeta, porque haciendo llegar a todos mi vino,

doy poder, riquezas, sueños, amor…;

porque cuando estrechas en tus brazos a la amada,

me recuerdas;

porque cuando quieres desear felicidad al amigo,

levantas tu copa;

porque Dios cuando bendijo el agua la trasformó en vino,

y porque cuando bendijo el vino se trasformó en sangre…

Si te ofrezco mi vino, poeta…

¡No me llames mercader!”

Y después de tanta poesía es de sabios pedir una copa, levantarla y decir salud por quienes veneraron al vino desde la letra, pasando por la boca y elevando el espíritu… ¡Salud!, pero esa, esa es otra historia.

* Autor de “Orígenes de la Cocina Poblana” Editorial Planeta.

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