El diseñador de jardines japoneses prestó al Museo Kaluz algunas de sus obras inéditas en nuestro país.
NÉSTOR RAMÍREZ VEGA / LA-LISTA
La primera vez que el coleccionista Terry Welch visitó México fue en 1973. En ese momento, con un viaje previo a Japón, comenzó lo que se convirtió en el sueño de su vida, mismo que ve materializado 50 años más tarde en el Museo Kaluz.
El también diseñador de jardines japoneses consumó el trabajo de su vida con la exposición Casi oro, casi ámbar, casi luz. En una conversación para La-Lista, bromeó que lo que sigue en su vida es la espera de la muerte mientras mira la naturaleza en su casa de Puerto Escondido, Oaxaca.
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El origen de esta ilusión comenzó en 1971, año en que visitó por primera vez la Tierra del Sol Naciente. Se tomaría un descanso de sus estudios antes de su ingreso a la Escuela de Leyes de la Universidad de Washington, pero este reposo se extendió más de lo previsto pues encontró del otro lado del Pacífico su pasión.
Welch llegó a un hotel tradicional que recibe el nombre de ryokan, sitios en los que el hospedaje permite la comprensión de la cultura japonesa no solo a través de su arquitectura, sino de otros elementos como la cerámica y la comida.
Durante seis meses vivió en este sitio enseñando inglés a otros residentes, pero fue en este lugar donde conoció a lo que se dedicaría el resto de su vida, la naturaleza, o más en específico los jardines japoneses, espacios en los que se reflejan la filosofía y la religión oriental dado que se conjunta la eternidad del alma y la naturaleza.
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“Cuando volví a Seattle y conversé con mi padre, me preocupaba su reacción porque le dije que me quería dedicar a diseñar jardines japoneses. Su respuesta me asombró porque fue: ‘Tanto tu madre como yo estamos muy contentos porque por fin descubriste tu pasión‘”, relató el coleccionista que entre cuenta con más de 300 obras en su acervo.
El diseñador reconoce que gracias a esa experiencia, pero también la aceptación de su padre, es que durante los 50 años que han pasado desde ese momento se dedicó a hacer sus diseños en la costa noroeste de EU.
La conformación de su sueño inició ahí, pero se consolidó dos años más tarde, en 1973, cuando viajó a México por primera vez.
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“Creo que mis estudios en antropología cultural y mi interés en comunidades indígenas tuvieron un punto de descubrimiento importante para mí en México. Conocí las civilizaciones más grandes que tuvieron una importante producción cultural. Había encontrado por fin mi hogar en Japón y México”, dijo.
Desde entonces nuestro país se convirtió en un punto de peregrinaje constante para el coleccionista, al grado que en 2006 consiguió una casa en Puerto Escondido y en 2019 eligió la playa oaxaqueña como residencia permanente.
“Creo que ha sido importante el contacto con el pueblo mexicano. No me interesa regresar a Estados Unidos, siento que México y Japón son dos espacios donde la sociedad y la cultura son fuertes y siguen estando presentes. Por lo tanto me gustaría seguir aquí”, añadió.
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Así como el sauz de José Juan Tablada nos regaló a través del haiku una aproximación a las imágenes fugaces de la Tierra del Sol Naciente, con la exposición Casi oro, casi ámbar, casi luz es que el también diseñador de paisajes presenta obras que nunca antes habían estado en nuestro país y muestran no solo el diálogo entre las dos naciones, sino la influencia que tuvo de países europeos.
“Es mi esperanza que esta colección se pueda quedar en México, es uno de mis sueños que pueda ser apreciada por el mundo mexicano e hispano y que la belleza del arte japonés llegue a todas las personas”, dijo Terry Welch, quien consiguió su primer paisaje japonés en 1979.
Su esfuerzo se ve reflejado con la exposición Casi oro, casi ámbar, casi luz, que está en el Museo Kaluz y que además del diálogo entre las obras, permite hacer una reflexión sobre la naturaleza y sus cambios, así como la forma en que las obras quedan como recuerdos de un mundo que desaparece conforme pasa el tiempo.
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En sus 75 años de vida, Welch se convirtió en un coleccionista de este tipo de piezas dado que el adquirirlas se “convirtió en una fiebre” al grado que tiene alrededor de 300 obras. “A veces, cuando uno colecciona piezas que le entusiasman mucho, es difícil parar”, agregó.
El motivo por el que decidió prestar algunas de sus obras para una exposición en el Museo Kaluz fue porque se sorprendió por sus paralelismos en la vida de Antonio del Valle Ruiz no solo en cuestión del arte, sino su intención por compartir sus piezas con la gente y poner a la vista su propia colección.
“Este museo es único, no solo en términos como la belleza arquitectónica y su estructura, sino por el profesionalismo que existe en todos los equipos que tiene y la pasión que imprime en cada proceso a lo largo de esta exhibición, todo eso me impresionó y no podía encontrar ningún lugar mejor que el Museo Kaluz en la CDMX”, comentó.
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Ahora que Terry Welch cumplió su sueño de unir sus dos hogares, Japón y México, ahora no le queda hacer más que compartir sus obras y descansar en su casa de Puerto Escondido contemplando la naturaleza, esencia de la vida. Ruge la gran ola.