El filósofo Adam Adatto presenta en España su ensayo ‘Felicidad en acción’ acompañado de su padre, el popular pensador Michael Sandel. «Tal vez la única manera de abordar la crisis climática sea verla como una cuestión moral», sostienen
Jose María Robles Texto / PAPEL
Ángel Navarrete Fotografías
La mayoría de los grandes filósofos de la Antigüedad, como Sócrates o Platón, nunca se casó ni tuvo hijos. Tampoco muchos de los pensadores de los siglos XVII y XVIII contrajeron matrimonio ni dejaron descendencia. Hobbes, Descartes, Spinoza, Locke, Hume, Leibniz, Kant y Adam Smith, por ejemplo, prefirieron emplear su tiempo en otros menesteres. Los casos de Aristóteles, Rousseau y Marx fueron excepcionales. Se cree que el griego tuvo dos esposas -no al mismo tiempo- y otros tantos vástagos: Ética a Nicómaco estaría dedicado a uno de ellos. El suizo, por su parte, engendró cinco hijos y a todos los abandonó en orfanatos. Y el alemán procreó hasta siete, pero sólo tres llegaron a edad adulta.
En su ensayo Filosofía inacabada (Galaxia Gutenberg, 2016), Marina Garcés escrutó la curiosa relación entre la dedicación al pensamiento crítico y el desapego afectivo. «Es habitual en los filósofos, a lo largo de la Historia, no haber tenido hijos y, en tiempos actuales, por ejemplo, no conducir», escribió con un poquito de guasa. «La del filósofo es una vida particular entregada a un problema universal. Una voz singular en busca de una razón común», añadió, evidenciando cómo para estos próceres el esfuerzo intelectual y la responsabilidad familiar fueron cuestiones aparentemente incompatibles.
Adam Adatto Sandel y Michael Sandel personifican, por tanto, una refutación a la idea de que la mano que se apoya en el mentón es incapaz de mecer una cuna o cambiar un pañal. Adam es filósofo, profesor de Estudios Sociales en el Harvard College e hijo de la pareja que forman la socióloga Kiku Adatto y el también filósofo y profesor de la Universidad de Harvard Michael Sandel. Acaba de pasar por España en compañía de su progenitor para participar en la primera edición del Festival de las Ideas y presentar la versión en castellano de su trabajo más reciente: Felicidad en acción. Guía filosófica para la vida buena (Debate).
En él, el joven pensador sostiene que la plenitud vital no se alcanza con la consecución de un objetivo detrás de otro y a través de un empeño mental y físico orientado a lo acumulativo. A su juicio, la verdadera felicidad procede de la inmersión en actividades gratificantes por sí solas y de la organización de la existencia en torno a tres virtudes en concreto: el autodominio, la amistad y el compromiso con la naturaleza. Las mismas que se han visto desplazadas por la obsesión contemporánea por establecer metas y que están abarrotando los gabinetes psicológicos por culpa del ciclo constante de esfuerzo, logro y vacío. La rueda de hámster del siglo XXI.
Adatto insiste en que la satisfacción con respecto a nosotros mismos y a nuestra posición en el mundo depende de la totalidad del yo que forjamos a lo largo del viaje de la vida. Para colorear su reflexión, picotea en referencias procedentes de la literatura, el cine y la televisión. También recurre a su experiencia en dos ámbitos teóricamente dispares: la filosofía y el fitness. Hablamos del actual poseedor del récord Guinness de dominadas en un minuto -el ejercicio que consiste en hacer levantar el cuerpo a pulso por encima de una barra de metal- y de un tipo que durante meses entrenó junto a la histórica pista de la Universidad de Oxford donde Roger Bannister (1953) se convirtió en el primer atleta en correr una milla en menos de cuatro minutos.
Alguien dijo, seguramente tras haber leído a Fernando Savater, que, cuando un padre filósofo conversa con su hijo, en el fondo está conversando con toda la humanidad. Es una cita deliciosamente melancólica para adentrarse en el otoño. El autor de Felicidad en acción y su padre, responsable de títulos esenciales como El descontento democrático o La tiranía del mérito, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2018 y considerado el profesor de Filosofía más popular del planeta, dialogan en un sala acristalada de la última planta del Círculo de Bellas Artes desde de la que se ve venir un tormentón.
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¿El deterioro de las tres virtudes que analiza en ‘Felicidad en acción’ se ha producido de forma paralela? ¿Ha afectado a todo el mundo por igual, con independencia la edad, la formación o el estatus socioeconómico?
Adam Adatto Sandel. Las tres están interrelacionadas porque son generadoras de descontento. Estamos atrapados en un estilo de vida orientado a la consecución de objetivos y estas tres virtudes representan vías de escape. ¿Afectan a todo el mundo por igual? Mi instinto me dice que sí, pero puede verse de una forma especialmente pronunciada en aquellas personas que ocupan los círculos de la élite, condicionada por cuestiones como la prominencia y la reputación. Otras personas pueden estar más condicionadas por ciertas necesidades más acuciantes, como la de tener un techo bajo el que resguardarse. Y esto también puede acabar alejándolas de los estilos de vida que, a mi juicio, brindan la verdadera felicidad.
¿Daría algunos consejos que cualquier ciudadano pueda aplicar en su vida diaria para neutralizar estas tres formas de infelicidad? Uno para cada una, si es posible…
A.A.S. En términos prácticos, hay cosas que no requieren demasiado tiempo. Por ejemplo, el compromiso con la naturaleza. Tenemos la percepción de que nuestro día es tan frenético y tan desbordante de cosas por hacer que ni siquiera nos permitimos cinco minutos para ver salir el sol. Deberíamos intentar ser conscientes de aquello que no está en el centro de la jornada laboral, siquiera durante unos breves instantes, para crear un poco de espacio en nuestra atención. Así podríamos apreciar la naturaleza como algo más que un obstáculo en el camino durante nuestro día a día. Vemos una tormenta eléctrica y, automáticamente, la consideramos un problema y algo que debe evitarse o ser controlado, en lugar de apreciar su belleza. Podría decir algo parecido de la amistad. No es tan difícil coger el teléfono y llamar a un amigo, pero a menudo lo posponemos porque estamos demasiado ocupados. Y con el autodominio pasa lo mismo: requiere capacidad para dar un paso atrás, ver el panorama general y observar los éxitos y fracasos en perspectiva.
Michael Sandel. ¿Puedo formular una pregunta a raíz de la suya?
Por favor, adelante…
M.S. ¿Cómo podrían cultivar estas virtudes las personas que están criando a sus hijos? ¿Tienes alguna sugerencia al respecto, Adam?
A.A.S. Los niños son curiosos, se sienten abiertos al mundo movidos por algo que podríamos llamar ingenuidad en un sentido positivo. Ellos se dan cuenta de cosas que nosotros, como adultos, damos por sentadas o ignoramos porque a menudo nos centramos exclusivamente en nuestras metas profesionales. Se puede aprender mucho de los niños y de la crianza. Puede ser una forma de recuperar la curiosidad y el asombro, que son imprescindibles para la felicidad. Ahora bien, también existe el riesgo de centrar la crianza para que los niños tengan éxito y presionarles para que alcancen determinado estatus en la sociedad. Y esto puede desplazar a las virtudes que llevan a la felicidad.
¿Cuál de estos tres desvíos es más amenazante no sólo para el desarrollo personal, sino para la convivencia en sociedad?
A.A.S. En cierto modo, los tres por igual. Naturalmente, la amistad es más relevante para la sociedad, porque tiene que ver con la forma en que nos relacionamos unos con otros. Se podría decir que una sociedad necesita es una especie de amistad cívica, algo que nos mantenga unidos, que conforme el bien común. Me refiero a recuperar el sentido de vinculación a los demás, ser parte de una comunidad, y comprender que el autodominio es inseparable de la actividad común. Esto fue muy evidente en el caso de Sócrates, quien dijo que una vida sin examen no merece la pena ser vivida. Para el, la filosofía era amistad en el sentido más elevado. Es un ejemplo de cómo la amistad y el autodominio van de la mano.
M.S. Reflexionando sobre la crisis a la que se enfrenta hoy la democracia y sobre el compromiso con la naturaleza como virtud, podríamos ir más allá… Dices que, al abordar la emergencia climática, existe la tentación de pensar que puede solucionarse con tecnología. Que si pudiéramos encontrar una forma de absorber el CO2 o de desviar las emisiones de gases de efecto invernadero, seguiríamos viviendo como lo hacemos ahora sin cuestionar nuestro estilo de vida. Una de las cosas que he aprendido de tu libro es que tal vez no podamos resolver el calentamiento global a menos que cultivemos ese compromiso con la naturaleza. Eso significa resistir la tentación de ver la naturaleza como una herramienta para satisfacer nuestros propósitos y deseos. Quizá la única manera de abordar de verdad la crisis climática sea verla no sólo como un desafío técnico y económico, sino también como una cuestión moral. Algo similar podría decirse de la amistad. La perspectiva instrumental hacia la naturaleza es paralela a la tendencia a tener una perspectiva instrumental de nuestros conciudadanos. Para abordar las cuestiones más importantes a las que enfrentamos como ciudadanos quizá tengamos que repensar algo más que las políticas económicas y la innovación tecnológica. Tenemos que reflexionar sobre cómo convivimos unos con otros y cómo vivimos en relación con la naturaleza. Incluso para incorporar la tercera virtud, el autodominio. Tal vez la razón por la que la gente está tan cabreada por tener un contrato de alquiler en vez de una vivienda en propiedad no sea sólo porque se ha quedado económicamente descolgada, sino porque carece de confianza en sí misma.
En ese sentido, llama la atención que la palabra ‘amistad’ esté ausente en cualquier campaña electoral, ya sea en Estados Unidos o en resto del mundo. ¿Sigue siendo una palabra despreciada o insignificante para los líderes políticos?
M.S. Sí, y creo que en esta era de la polarización hay un deseo de amistad que va más allá de las relaciones puramente transaccionales o instrumentales. Y lo mismo percibo respecto a la naturaleza.
A.A.S. Es interesante. La forma más común de definir la emergencia climática es diciendo que amenaza la salud y la seguridad humanas, especialmente las de generaciones futuras. Algunas voces añaden la preocupación sobre la igualdad: algunas de las regiones del mundo más vulnerables a los desastres naturales que puede provocar el calentamiento global están entre las más pobres del mundo. Todas son consideraciones legítimas, pero no van al corazón del problema. Diría que la cuestión clave es el enfoque tecnológico. Hemos destrozado el planeta con la tecnología, con fábricas que han quemado carbón y emitido gases a la atmósfera, y ahora intentamos revertir los daños con más tecnología. Pero lo que hemos perdido colectivamente por el camino es la capacidad de asombro, aprecio y admiración por la naturaleza, que no puede ser dominada por el hombre. Cuando hemos intentado hacerlo, modificándola, nos ha dado de lado. Ése es el problema fundamental, mucho más grave que la salud y la seguridad humanas.
Hay gente que cree que si no se casa, no tiene hijos o no se compra una casa, su vida es menos exitosa. Hemos visto recientemente cómo se ataca a quienes no cumplen ese estándar imaginario de ‘ciudadano completo’. Por ejemplo, cuando el senador J. D. Vance habló de las ‘childless cat ladies’ [mujeres sin hijos y con gatos]. ¿Qué reflexión hacen de la consideración de objetivos como la principal fuente de significado vital y del consecuente miedo al fracaso?
A.A.S. Platón estableció que hay varias maneras de alcanzar la inmortalidad. Una es teniendo hijos. Otra, a través de la escritura, y específicamente de la poesía. También mediante la acción política, protagonizando hechos que serán recordados y conmemorados. La última manera de conectarse con lo eterno es la búsqueda de la sabiduría, que establece un vínculo con un orden que en cierto sentido trasciende el paso del tiempo. La idea de que tener hijos es la única o la principal manera de mostrar interés en la sociedad del futuro es muy miope. No quiero quitarle mérito valor a quienes están criando hijos, que debe de ser algo maravilloso, pero ciertamente no es la única manera de mostrar interés en el futuro. Lo fundamental es qué actitud adoptamos hacia ellos. Criarlos para que sean futuros líderes sería una visión orientada a la consecución de objetivos. Por supuesto, no habría nada malo en ello, pero sería muy limitador.
M.S. Me fascina la conexión que se ha establecido en esta conversación entre la filosofía, las virtudes que conducen a la felicidad y la crianza. A menudo se piensa que para criar a los hijos lo que se necesita es el consejo de expertos en Psicología. Pero la interpretación de Adam sugiere que criar bien a un hijo es una especie de proyecto filosófico, porque no se refiere a su preparación para tener una ventaja competitiva en la vida y en saber qué hay que hacer para ascender, sino cómo vivir, qué actitudes tener hacia el entorno natural, hacia los demás y hacia uno mismo. Recuerdo cuando Adam tenía 11 años o así y jugaba al béisbol. Yo fui el entrenador de su equipo. Nos dimos cuenta de que muchos de los padres de sus compañeros mostraban una mala actitud hacia el hecho de jugar porque lo único que realmente les importaba era ganar y que sus hijos recibieran la mayor atención y estuvieran el mayor tiempo en el terreno de juego. Creo que eso no era bueno ni para los padres ni para los chavales. Es otro ejemplo de actitud orientada a la consecución de objetivos, en un doble sentido: en relación al deporte y a la crianza.
¿Qué es preferible en relación a un hijo que elige la misma profesión que su padre: darle algunos consejos o no darle ninguno?
M.S. No recuerdo haber alentado a Adam a convertirse en filósofo. Mi esposa y yo sentimos, desde que Adam y su hermano eran muy jóvenes, que debíamos apoyar cualquier camino que siguieran, pero no imponerle uno en particular. Y, desde luego, no el mío. Creo que eso le ha permitido no sólo desplegar virtudes como autodominio y la amistad, sino también encontrar en sus actividades un valor intrínseco en lugar de verlas en términos instrumentales, de escritura y orientados a objetivos.
¿Qué tienen en común como filósofos y profesores? ¿En qué aspecto profesional son más diferentes el uno del otro?
A.A.S. Lo que más nos diferencia es que yo hago dominadas [risas de los dos]. Mi interés por la filosofía fue una consecuencia natural de mi educación, más allá de los planes explícitos que pudieran tener mis padres. Fue el resultado de crecer en una casa en la que se hablaba de una forma muy natural, en torno a la mesa, de cuestiones a menudo relacionadas con la actualidad, la política o la justicia. Después, por supuesto, cuando crecí y fui a la universidad, me impactó la obra filosófica de mi padre. También empecé a leer libros escritos por los filósofos sobre los que él había escrito y enseñaba. Por otro lado, hay cierta dimensión en mi pensamiento que aboga por recuperar el entendimiento de la naturaleza como algo con significado propio y no simplemente impuesto por el ser humano. Creo que es influencia de mi madre, que no es una filósofa académica, pero que tiene un profundo aprecio por la naturaleza.
¿Encuentra trazas de su pensamiento en el de su hijo?
M.S. Observo que lo que escribe es profundamente persuasivo y poderoso. He aprendido mucho de su análisis de estas tres virtudes y de la crítica de la vida orientada a objetivos. Me ha impulsado a ver la filosofía de una manera novedosa. Simpatizo con los temas que desarrolla Adam, pero no los considerado derivados de mi trabajo. Veo ciertas conexiones con temas sobre los que he escrito, pero él tiene una voz filosófica distintiva.
Desconozco si su otro hijo, Aaron, también es filósofo. Estaríamos hablando en tal caso de una saga…
M.S. [Risas] No, es antropólogo, estudia el comportamiento y los vínculos sociales de chimpancés que viven en libertad en Uganda.
Hace apenas unos meses, estableció el récord mundial de dominadas en un minuto con 77. ¿Qué significa para usted ser la cara pública de esta competición y haberse convertido en el mediático ‘Professor Pull-Ups’?
A.A.S. Siempre me ha gustado mucho el deporte y las dominadas. Descubrí que se me daban bien y empecé a entrenar en 2014 con Ron Cooper, entonces un chico que había aparecido en el Boston Globe por haber establecido el récord mundial y del que me hice amigo y compañero de entrenamiento. Llevo 10 años compitiendo para batir récords en esta competición, cosa que he conseguido en cuatro ocasiones. Es interesante, porque se trata de un ámbito en el que he luchado con la tensión derivada de la actividad orientada a un objetivo y la de la actividad por sí misma. Gracias a ella he podido reflexionar sobre el autodominio, la amistad y el compromiso con la naturaleza. Por ejemplo, en relación con la fuerza de la gravedad, que se llega a ver no como una fuerza externa, sino como un socio durante los entrenamientos.
La felicidad es un tema recurrente en el género de la autoayuda. ¿cuántos más libros necesitamos sobre la felicidad? ¿Vida plena y vida feliz quieren decir lo mismo?
A.A.S. Sobre un tema como la felicidad, que remite a la esencia de la naturaleza humana, nunca habrá suficientes libros.
M.S. Si nos fijamos en los libros de autoayuda que llenan las estanterías de las librerías, tal vez sea cierto que hay demasiados. Felicidad en acción llega al corazón filosófico de lo que realmente significa la felicidad. El libro de Adam ofrece una respuesta filosófica a la pregunta ¿por qué hay tantos libros de autoayuda y todavía somos infelices?
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/el-mundo-que-viene/2024/09/26/66ed9516fc6c83e0208b4573.html