Los Periodistas

Anne Applebaum: «Donald Trump ha colocado en su gabinete a prorrusos y hostiles con la Unión Europea» | PAPEL

La premio Pulitzer analiza en ‘Autocracia S.A.’ (Debate) la nueva era del autoritarismo y cómo funcionan las sofisticadas redes financieras de los líderes no democráticos del mundo. «España debería haber jugado un papel más importante para lograr una salida a la crisis de Venezuela», dice

Cuando se lee el último libro de Anne ApplebaumAutocracia S.A. (Editorial Debate), lo primero que se piensa es en Spectra, la organización maligna enemiga de James Bond, aunque la historiadora y periodista no incluya entre sus páginas encuentros secretos en instalaciones bajo el mar o en islas que no aparecen en un mapa. Sin embargo, uno no deja de pensar todo el tiempo en Spectra y en su casting de villanos y esbirros, en el orondo asiático que usa un bombín con alas afiladas para matar, en el Doctor No y su estilo Fu Manchú o en Scaramanga, el hombre de la pistola de oro. Un grupo de malvados que trabajan para dominar el mundo, pero cada uno a su manera.

El libro de Applebaum resulta interesante porque derriba muchos arquetipos del tirano. Las dictaduras del presente ya no son liderazgos omnímodos de tipos malvados sentados en un trono que buscan devorar seres y territorios con divisiones acorazadas y bombas de hidrógeno, sino organismos mucho más complejos. El mal político se ha convertido hoy en una red empresarial que es capaz de emparejar a un ultranacionalista con un bolivariano y a un ayatolá con un comunista. Un Tinder loco de supervillanos, digamos, con el que se hacen negocios, se lanza propaganda y se ayuda al que lo necesite cuando el corral se llena de insurgentes. Y para lograrlo no se necesita acariciar un gato de Angora, sino tener contables y testaferros.

Lo curioso es que ningún país lidera tan peculiar holding. Esta aglomeración de compañías tampoco está cimentada en ideologías ni en consejos de administración plurinacionales. La red funciona con acuerdos concretos que se diseñan para que los autócratas consigan regatear los boicots promovidos por la comunidad internacional o para el latrocinio. Estas empresas resultan tan poderosas que sus tentáculos llegan también a los países democráticos y demuestran tener recursos casi ilimitados para propagar bulos y vender las bondades de este capitalismo de Estado corrupto.

Fogueada en su juventud como corresponsal en Varsovia de The Economist cuando el comunismo se vino abajo en Europa Oriental, Anne Applebaum (Washington, 1964) es hoy una cotizadísima columnista cuya firma ya ha lucido en algunas de las publicaciones anglosajonas más influyentes, como The Atlantic, The Washington Post y The New York Review of Books. Tiene un Pulitzer (2004), el Premio Internacional de Periodismo de EL MUNDO (2021) y hace apenas unas semanas recogió el Premio por la Paz de los Libreros de Alemania. Entre su extensa obra hay libros clave para entender el mundo como La hambruna roja, sobre la política de exterminio de Stalin en Ucrania, Gulag y El ocaso de la democracia.

¿Qué describe en ‘Autocracia S.A.’?

Una red de dictaduras. Son un grupo de países que no comparten la misma ideología, ni la misma estética, tampoco circunstancias históricas, si bien tienen los mismos objetivos: son gobernados por una persona o partido que quiere escapar a cualquier tipo de control. Su objetivo es mantener el poder absoluto. Y para eso necesitan dinero, porque son también cleptocracias.

¿Qué países forman parte de esta lista del mal?

Están la China comunista, la Rusia nacionalista, la teocracia islámica, el socialismo bolivariano. También Siria, Zimbabue, Cuba, Nicaragua… Se trata de una lista de países sin medios de comunicación ni jueces independientes, cuyo único objetivo es perpetuarse. Para lograrlo anulan y desacreditan a cualquiera que critique su poder, que exija transparencia, respecto por los derechos humanos y un Estado de derecho, sea en sus países o en el resto del mundo. Para ellos es una guerra de ideas y de información. Contraatacan en el ámbito económico, y ahora también en el campo militar y geoestratégico. Su fin es generar inseguridad en el mundo democrático.

¿Cómo es su funcionamiento económico?

Estas redes cleptocráticas funcionan de una forma oportunista. No son una alianza al uso y no es que haya una sala secreta donde se reúnan y tomen decisiones, sino que son usadas como instrumentos del capitalismo de Estado a través de empresas. Estas pueden ser públicas o privadas, pero tienen en común que están fuertemente unidas a los intereses de sus autocracias y cuentan con estructuras financieras. Los miembros de estas redes no sólo están conectados entre sí dentro de su autocracia, sino también con las redes de otros países autoritarios y, a veces, incluso de democracias. El ejemplo más conocido es la rusa Gazprom, pero hay muchas más. Todos las tienen, desde Venezuela hasta China, y las usan para invertir entre ellas y en diferentes países. Por ejemplo, los chinos invirtieron en el ferrocarril venezolano que nunca llegó a construirse, los rusos se han servido de Gazprom tanto para ganar dinero para sus accionistas como para influir en política exterior en Europa. Tienen una especie de relación que describo como una economía alternativa offshore. No forman parte de un tejido empresarial convencional en el que se pagan impuestos y se opera bajo una determinada regulación. Esta red no trabaja así. Utilizan pantallas que no dejan rastro para mover a gran velocidad su dinero, son organizaciones que blanquean dinero y lo usan para influir abiertamente o en la sombra en el mundo.

¿Cambia esto la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca?

Es muy poco probable que la Administración Trump luche contra la cleptocracia. También es poco probable que Donald Trump se vea a sí mismo como el líder de las democracias del mundo. Sus primeros nombramientos en el gabinete incluyen a personas que son abiertamente prorrusas, a las que les disgusta activamente la UE y que han prometido utilizar sus cargos para llevar a cabo los deseos personales de Trump. Si los europeos quieren vivir en un mundo con derechos y Estado de Derecho, tendrán que construir ellos mismos ese liderazgo.

Sin embargo, el nombramiento de Marco Rubio como Secretario de Estado no es una mala noticia para Europa, ya que es alguien mucho más favorable a la OTAN que el propio Donald Trump.

Rubio está bien, es un cubanoamericano que entiende muy bien el peligro de las autocracias. Me preocupan otros nombramientos de Trump que aún no se han entendido en Europa. De gente dedicada a la propaganda. Como Matt Gaetz, que será fiscal general o Tulsi Gabbard, al frente de Inteligencia Nacional. Esta última es alguien que se dedicó a propagar el bulo de que en Ucrania había fábricas de armas biológicas estadounidenses. Perfiles que no sólo te hacen pensar que simpatizan con Putin, sino que difunden su propaganda.

Hablando de propaganda, la red X de Elon Musk se considera más que nunca un altavoz de fake news y hay medios como The Guardian en Reino Unido y La Vanguardia, en España, que han decidido abandonarla. ¿Qué opina de su decisión?

Es un tema complejo. Yo también me enfrento a él porque Twitter sigue siendo la mejor fuente de noticias internacionales. No sé si abandonarlo es la solución, pero entiendo que se plantee y se busquen otras redes sociales alternativas. Un sistema estructurado que no dependa de un propietario corporativo es mejor lugar para el periodismo. En mi opinión, los gobiernos de la Unión Europea deberían ir más allá… Quiero ser muy prudente en lo que digo. Pero Twitter ya no es un tipo de red social compatible con la democracia liberal, hay que pensar muy seriamente sobre su papel como fuente de disrupción en la sociedad.

Quizás los medios de comunicación y los políticos pensaron hace unos años que podían detener la desinformación en las redes, pero se ha demostrado que eso es imposible.

Debemos entender que las redes sociales son un negocio que vende publicidad. Es decir, intenta convencerte para que pases más tiempo conectado despertando emociones, te ofrece miedo, rabia y a veces amistad. Las plataformas no se preocupan de informarte, de mantener un vínculo con la realidad o de defender la verdad. Se genera mucha información, y no quiero decir que sea mala. Yo escucho muchos pódcasts y veo vídeos en YouTube. Algunos son muy malos, pero otros están bien. Pero debemos entender que gran parte de este material es utilizado para diseminar desinformación y propaganda con el objetivo de odiarnos los unos a los otros. Si todo esto provoca una distorsión de la realidad, es muy difícil que la gente se gobierne como es debido. La democracia exige que los ciudadanos analicen lo que sucede, que adopten leyes y tomen decisiones de acuerdo al mundo real. Pero eso ya no es así. ¿Cómo puede sobrevivir así la democracia? Debo ser cauta con lo que digo, pero creo que la Unión Europea, que es el último grupo de grandes democracias -aunque en Asia hay algunos países que también podrían hacerlo-, necesitan regular las redes sociales. No hablo de censura, me refiero a abrir los algoritmos y que la gente entienda lo que son y cómo funcionan. Me refiero a que las plataformas sean responsables del contenido que aparece, de la misma manera que un periódico se hace responsable de lo que publica.

En su libro hace un mención breve a un cena que tuvo en Múnich con un diplomático alemán destinado en un país de África. Éste le decía que los jóvenes universitarios consideraban que Ucrania era la culpable de la guerra. Tengo la impresión de que se habla mucho de la desinformación aquí, pero olvidamos cómo afecta a otra parte del mundo muy importante fuera de EEUU y Europa. ¿China y Rusia están ganando la guerra del relato?

China ha levantado un sistema tremendo de medios en Latinoamérica y África. En este continente cuenta con radios y televisiones que influyen en la formación de sus periodistas. Su servicio de noticias vende contenido a muchas organizaciones de un montón de países. Al principio promocionaban lo que hacían. Por ejemplo, en Zimbabue, emitían noticias aburridas sobre grandes obras y acuerdos comerciales, pero ahora han empezado a difundir propaganda sobre Ucrania. Lo que hemos antes hablado del bulo del laboratorio de armas biológicas ucraniano y cosas por el estilo. Esa mentira la defendió un diplomático ruso en la ONU y empezó a hacerse viral, en gran parte gracias a los canales chinos. Lo que, según me han dicho, generó sorpresa en los diplomáticos estadounidenses. Hubo protestas, claro, pero el bulo caló. La propaganda en estos lugares es compleja. Se vende la invasión rusa no como un acto imperialista de Putin, sino como algo turbio provocado por EEUU. Lo cierto es que los rusos y los chinos buscan cosas diferentes en su propaganda exterior. Pekín quiere autopromocionarse como fuente de riqueza, comercio y estabilidad, mientras que los rusos quieren intervenir en la política. El objetivo de Putin en ese sentido es crear división apoyando a la extrema derecha, a la extrema izquierda y, en el caso de España, a los independentistas catalanes. Quiere desestabilizar.

«Es muy poco probable que Trump se vea como líder de las democracias ni que luche contra la cleptocracia»

Sostiene que estas redes de colaboración sirven también para apuntalar regímenes que son débiles y que estos medios los mantienen en pie.

Gracias a ellas, Irán puede dar drones y misiles a los rusos para la guerra de Ucrania, China dar apoyo en material y Corea del Norte aportar munición y soldados al frente, algo inconcebible en la Europa de hace 20 años. Es un apoyo para mantenerse económica y políticamente en el poder.

Este sistema de refuerzo hace prácticamente imposible una transición democrática. Países como Venezuela y Bielorrusia celebraron elecciones en las que ganó claramente la oposición y hubo una gran movilización ciudadana contra el régimen. Pero eso ya no es suficiente para derrocar a una dictadura. ¿Qué se hace entonces? Ya hay gente que considera que la única vía de escape son las revoluciones violentas o los levantamientos militares, lo que puede acabar en un baño de sangre.

Quedan aún otros caminos antes. Por ejemplo, en Venezuela no vi una reacción clara. Maduro ha robado las elecciones, eso está claro. Incluso la oposición ha mostrado las actas que demuestran una victoria en la que pudo haber conseguido un 60% o incluso el 70% de los votos. Pero esa no es la cuestión. El papel de Brasil, de Colombia, pero también de España y de los aliados tendría que haber servido para buscar una alternativa para Maduro, ofrecerle una salida, encontrar un lugar adonde irse. Está claro que también iba a tener que abandonar el país y estos países tenían que haber presionado más para lograr cambios en Venezuela. El papel de Lula fue muy decepcionante para mí. Es alguien que podía haber tenido muchísima más influencia, pero ha preferido no ejercerla. No sé por qué.

Lo que parece claro es que el régimen de Maduro no es capaz de sobrevivir por sí mismo.

Así es, necesita de la ayuda de esta red autocrática de la que hablamos. Maduro obtiene armas de Rusia, consigue dinero y tecnología de vigilancia de China, Cuba aporta su policía secreta y su experiencia en represión, incluso Irán colabora. Recibe ayudas de regímenes con los que no tiene nada que ver para regatear las sanciones y la obtención de visados. Se ha convertido en un Estado clientelar muy débil. Si los países latinoamericanos, especialmente donde gobierna la izquierda, hubieran decidido cerrar sus fronteras, acorralar al régimen y ofrecerle una alternativa, creo que Maduro podría haberse ido. La mayoría de los venezolanos creen que eso podría haber sido posible si se hubiera ofrecido una salida.

¿Y España?

Creo que debería haber jugado un papel más importante.

En una ciudad como Madrid hay muchas inversiones inmobiliarias de venezolanos en los barrios más caros y no todos son exiliados. Hay quien dice que hay mucho dinero del régimen chavista. ¿Podemos estar repitiendo el error que cometió Europa con los oligarcas rusos? Dejarnos seducir por el dinero, sin rastrear bien su origen.

La verdad es que no conozco el caso de Madrid, pero no me sorprendería que pasara eso.

En su libro dice que eso sí ha pasado, por ejemplo, en Florida.

Así es. El problema es que hay muchos países en los que se puede comprar propiedades casi de forma anónima a través de empresas fantasma. Incluso hay legislaciones que facilitan el uso de cuentas registradas fuera del país que hace muy fácil que se viva en Madrid o Miami, invertir en campañas, en yates o en joyas. Hay que eliminar estas facilidades legales.

¿Cómo se puede poner fin a la cleptocracia transnacional?

Ilegalizándola sin pudor. Todo el mundo debe identificarse sin excepciones si compra una propiedad o es dueño de una empresa. ¿Cómo puede alguien invertir en inmuebles de forma anónima? Otra cosa que yo haría es prohibir que los europeos puedan tener dinero en paraísos fiscales, pero para eso se necesita una alianza internacional para marcar unas pautas. Hasta la semana pasada creía que incluso se podría haber avanzado algo en ese sentido con los Estados Unidos y la Administración Biden, pero evidentemente eso ahora no va a pasar tras la victoria de Donald Trump.

Applebaum, recibiendo el Premio de la Paz en Alemania, el mes pasado.

«Sólo se puede acabar con la cleptocracia transnacional ilegalizándola. Impedir que se compre de forma anónima y sin paraísos fiscales»

Un cambio que parece incuestionable respecto a las dictaduras del siglo XX es que a las actuales el prestigio internacional no le importa nada.

Eso es cierto. Sí que es un cambio. Por ejemplo, a la URSS, que quería conquistar el mundo, sí le importaba lo que se pensaba de ella fuera de sus fronteras. Esa misión reputacional era parte de su política exterior. Hoy a los rusos eso les da absolutamente igual. No tienen ese objetivo, no les afectan las críticas de Naciones Unidas o de organizaciones de derechos humanos. Por su parte, a los chinos sí les preocupa, pero en otro sentido: no les gusta que en los foros se hable de sus violaciones de derechos. Y para ello intentan transformar el lenguaje empleado en organismos internacionales, como por ejemplo a la hora de hablar de la palabra soberanía. Quieren alterar el lenguaje para que uno pueda hacer lo que le dé la gana en su propio país, sin censura externa.

Es crítica con el término ‘Nueva Guerra Fría’, muy habitual en medios e inclusos foros diplomáticos. ¿Hemos caído en una etiqueta simplista?

Mi problema con esta expresión es que la gente piensa en una división geográfica. Es como si hubiera otro Muro de Berlín y en un lado tuviéramos las dictaduras y al otro, las democracias. El mundo hoy es mucho más complejo y hay más matices. En mi libro trato a un grupo de dictadores, pero hay otros. Es decir, hay algunos que tienen relaciones abiertas y directas con el mundo exterior, mundo occidental. Otros que siguen su propio camino. Me refiere a los países del Golfo Pérsico o Vietnam. Este último país no está intentando socavar la democracia en América. Luego tenemos un grupo amplio de democracias iliberales que tienen otros vínculos. Pienso, por ejemplo, en Turquía, en Hungría o incluso India, países con un doble rasero. El mundo no es blanco o negro, está lleno de grises.

Lo que está claro es que el mundo autocrático no está solo, tiene aliados.

Sí, y están dentro del mundo democrático. Esto no es una guerra ni siquiera contra unos Estados concretos. Por supuesto, yo no defiendo un conflicto contra China. Lo que sí veo es una guerra contra comportamientos autocráticos en muchos lugares del mundo, desde China y África hasta EEUU y España. Estamos ante algo más sofisticado. No tenemos que pensar en los ejércitos que hay detrás de un muro, estamos luchando contra una cultura del secretismo, de la autocracia y la propaganda y este enfrentamiento ya se produce dentro de nuestros países. No es algo que vaya a pasar en el futuro, ya está aquí.

«A la URSS le preocupaba su imagen exterior, a la Rusia actual eso le da igual»

Por cierto, usted habla ruso y conoce bien el país. ¿Cuándo se dio cuenta de que Rusia no iba a ser una democracia real?

Le diría que el 31 de diciembre de 1999 o quizás el 1 de enero de 2000.

Vaya, no me esperaba semejante precisión.

Desde el principio me preocupó la elección de Vladimir Putin como presidente interino. No sólo porque venía del KGB y hablaba de ello con orgullo, sino porque recuerdo que en un discurso utilizó una palabra que hacía referencia a la policía secreta de Lenin. Eso me inquietó muchísimo. Más aún cuando dedicó actos y estatuas a Yuri Andrópov, que había sido líder del KGB antes de Secretario General del Partido Comunista de la URSS. Alguien famoso por su firme creencia de acabar con cualquier disidencia. Andrópov había sido embajador en Hungría durante la revolución del 56 y eso le obsesionaba. Putin le admiraba mucho. En los 90, Rusia no era un democracia plena, si bien había gente idealista que quería que su país progresara, había periodismo auténtico, reformistas, competencia política. No creo que exista una razón histórica o cultural para que Rusia sea una dictadura. Su deriva se produjo por una serie de decisiones de distintas personas que buscaban enriquecerse. Yeltsin tenía otros candidatos muy diferentes a Putin que podían haber llevado al país en otra dirección.

Quisiera acabar con algo de optimismo: las resurrecciones democráticas. Usted conoce muy bien Polonia, ya que su marido ha sido incluso ministro de ese país. ¿Cómo reconstruye un nuevo gobierno las instituciones dañadas que deja el partido populista que ha estado antes en el poder?

El gobierno populista de Polonia hizo muchísimo daño al país con una serie de reformas muy peligrosas para la democracia. La principal es que llenaron el sistema judicial de leales que colocaron de forma ilegal. En Varsovia la gente sabía si un juez estaba a favor o en contra del gobierno por la manera como había sido nombrado. Dicho de otro modo, los jueces no eran neutrales, sino que tenían un sesgo claro. Polonia no se convirtió en una dictadura ni se suprimió la libertad de expresión, pero sí ha tenido que obligarse a plantear la necesidad de restaurar un sistema judicial independiente. Recuperar la confianza en los jueces es algo muy difícil y lleva años, incluso décadas, para cualquier democracia del mundo. Sucedió también algo que es común en el populismo autócrata cuando hay un gobierno que elimina todos los sistemas de control: la gente roba al Estado. Se vio cómo empresas públicas dirigían fondos a los bolsillos de ciertos particulares. Este año se han tomado bastantes medidas correctoras y ha habido éxitos y también fracasos. La batalla de la democracia exige mantener las instituciones del Estado neutrales e impedir que se politicen. Eso lo vemos en todas partes. Seguro que también hay ejemplos de ello en España.

AUTOCRACIA S.A.

Anne Applebaum

Editorial Debate. 224 páginas. 20,81 euros. Puede comprarlo aquí.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/el-mundo-que-viene/2024/11/17/673789f8fdddff021a8b457e.html

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio