Pasó siete años en un convento de clausura, estudió en Oxford y se convirtió en defensora del entendimiento entre las tres grandes religiones monoteístas. Su ‘activista de la compasión’ fue distinguido en 2017 con el premio Princesa de Asturias. Su nuevo ensayo es ‘Naturaleza sagrada’ (Crítica), con el que reivindica la necesidad de resintonizar con el entorno desde una dimensión espiritual
IRENE HDEZ. VELASCO / PAPEL
Desde hace años, y con toda la razón, los científicos nos abruman con datos y pruebas concluyentes sobre el cambio climático, el dramático impacto de los seres humanos en la naturaleza, la huella de carbono, la subida global de las temperaturas, el incremento del nivel medio de los mares…
Sí, que se lancen esas voces de alarma está muy bien. Pero para Karen Armstrong, una de las principales expertas del mundo en religiones y galardonada en 2017 con el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, no es suficiente.
Armstrong (Wildmoor, Reino Unido, 1944) considera que si queremos salvar el planeta es necesario que recuperemos nuestro vínculo divino con el mundo natural. Un vínculo que ha acompañado a la humanidad desde el principio de los tiempos y que hoy está profundamente debilitado.
PREGUNTA: Durante milenios la naturaleza ha sido algo sagrado para los seres humanos. ¿Cuándo y por qué dejó de serlo?
RESPUESTA: En Europa occidental ocurrió alrededor del siglo XVI. Unos siglos antes Tomás de Aquino había dictaminado que Dios estaba en todas partes, en cada árbol, en cada flor… Pero a partir del siglo XVI comenzamos a pensar en términos más científicos. Los estudiantes de Teología empezaron a estudiar la ciencia aristotélica y llevaron esa visión científica a la religión. Así, en el siglo XVII tenemos a Francis Bacon asegurando que Dios le dijo a Adán que tomara la tierra y la dominara, y que dependía de nosotros asumir la tarea que Adán no había logrado llevar a cabo.
P: ¿La ciencia ha modificado nuestra visión de la naturaleza?
R: Por supuesto, la ciencia ha hecho grandes y magníficas cosas, eso dejémoslo claro. Pero también ha hecho que nuestra visión de la naturaleza se haya vuelto muy estrecha. Descartes, por ejemplo, decía que cuando miramos las nubes o las estrellas no deberíamos sentir ninguna sorpresa, no debíamos maravillarnos. El propósito de la ciencia es eliminar ese maravillarse para que podamos usar la naturaleza en nuestro propio beneficio.
P: ¿Esa separación entre religión y naturaleza se ha producido sólo en el cristianismo o ha ocurrido en todas las religiones?
R: En todas las religiones. Porque a medida que la gente se ha ido modernizando, ha tomado muchos de nuestros puntos de vista. Pero, aun así, la visión sagrada de la naturaleza aún pervive en algunos lugares. En la teología de las antiguas India y China la naturaleza era sagrada y no existía la idea de que hubiera un dios en los cielos separado del mundo como la que hemos desarrollado aquí en Occidente. Esa idea en China se denomina qi y en India Rta, y es una fuerza sagrada que fluye incesante en toda la naturaleza, en todo lo que existe.
P: ¿No existe un concepto similar en la cultura occidental?
R: El poeta inglés Wordsworth, del siglo XIX, estaba muy, muy preocupado por lo mucho que nos habíamos alejado de la naturaleza. Y aunque no tenía conocimientos de la antigua filosofía china o india, en su poema La abadía de Tintern (Lumen) dice que ha aprendido a mirar el mundo de la naturaleza de manera diferente. Y eso es lo que tenemos que hacer. Wordsworth llegó a experimentar en la naturaleza una presencia, a la que no llegó a llamar dios porque Occidente tenía una comprensión demasiado limitada de lo divino. Empleó para designarla la palabra algo, que en inglés tiene un significado muy vago y que Wordsworth utilizó porque no podía describir o poner nombre a esa realidad, para la que en Occidente no existe un término.
P: ¿La poesía nos puede ayudar a recuperar el vínculo divino con la naturaleza?
R: La poesía nos conmueve y nos puede acercar a la naturaleza. Ahí está por ejemplo la poesía de los rishis en India, una gente que veía a dios en cada árbol, en cada planta. Los griegos ortodoxos, de hecho, no han perdido la visión de la naturaleza que nosotros los cristianos sí hemos perdido, porque ellos han desarrollado su idea de la naturaleza a partir directamente de la antigua filosofía griega, que consideraba que Artemisa -la diosa de lo silvestre y de los animales salvajes- estaba presente en cada planta, en cada árbol, en cada animal… Artemisa era uno de los dioses más venerados en la antigua Grecia, y los griegos ortodoxos todavía tienen esa visión de la naturaleza como una fuerza que atraviesa todas las cosas.
P: ¿También el judaísmo tiene un concepto sagrado de la naturaleza?
R: También. La cábala considera que todo en el mundo emana directamente de dios, una idea muy similar a la de qi o Rta. Como ve, se trata de algo profundamente arraigado pero que nosotros hemos perdido. Y, como resultado de haberlo perdido, tratamos a la naturaleza como un recurso sin más y ahora estamos en peligro. El problema es que cuando hablamos de las emisiones y de los peligros del medio ambiente lo hacemos en un lenguaje científico que no necesariamente nos conmueve a nivel emocional. Lo que trato de hacer en este libro es recordar algunas de las formas en que las personas consideraban la naturaleza en el pasado y en otras tradiciones y que podríamos incorporar. No sé cómo será la situación en España, pero aquí en Inglaterra la inmensa mayoría de la gente ni siquiera mira a la naturaleza, no entra en contacto con ella. Pueden hacer fotos de la naturaleza, pero no la miran, no se conmueven con una piedra, con una flor. Preferimos la realidad virtual a la propia naturaleza.
P: De las tres grandes religiones monoteístas, ¿es quizás el islam la más concienciada con la naturaleza?
R: El Corán deja muy claro que la naturaleza es una revelación de lo divino igual que lo es el Corán mismo. En el Corán hay numerosos y muy comprometidos y bellos elogios a la naturaleza. Y eso extraordinario porque antes del islam los árabes no tenían ningún interés en la naturaleza. El Corán se muestra especialmente interesado en la regularidad de la naturaleza, en el hecho de que el sol salga cada mañana y se ponga cada noche, mientras que nosotros nos centramos en los milagros que trastornan la naturaleza.
P: Dígame alguna fórmula para recuperar el vínculo divino con el mundo natural…
R: Una de las cosas que sugiero es realizar lo que los chinos llaman sentarse en silencio (jing zuo): se trata de ponerse cómodo, dejar de lado el teléfono móvil y escuchar los sonidos de la naturaleza, mirar lo que hay ahí fuera. Y una vez que nos volvemos a familiarizar con la presencia de la naturaleza, observarla: observar los insectos, las nubes, los pájaros, los árboles… Tenemos que darnos cuenta de que cada cosa en la naturaleza tiene vida. No se trata de antropomorfizar la naturaleza, de poner vida humana en ella, sino de entender que tiene su propia vida. Cuando hagamos eso, dejaremos de tratar a la naturaleza como un recurso.
P: Si no nos reconectamos de nuevo con la naturaleza, ¿qué ocurrirá?
R: Hay un montón de gente alarmada por el cambio climático. Muchos se manifiestan y protestan por las calles y está bien, sirve para recordarle a la gente en qué situación nos encontramos. Pero lo importante es que cambiemos nuestro comportamiento, y no lo estamos cambiando. Creo que el problema, como le decía, es que las advertencias de los científicos no conmueven a la gente, porque las ven como algo abstracto. Tenemos que cambiar la forma en que vemos la naturaleza. No se trata de un cambio enorme, exigente o aterrador, se trata simplemente de incorporar el mundo natural a nuestra vida diaria y de tener un mundo mejor.
P: Pero también requerirá que hagamos sacrificios, ¿no?
R: Uno de los capítulos de mi libro se titula precisamente Sacrificio y en él analizo cómo se realizaban sacrificios en el mundo antiguo, cuando por ejemplo un animal era sacrificado a los dioses. La gente suele pensar en eso como una crueldad contra los animales en nombre de la religión, pero no piensa ni un segundo en los millones de animales que cada día son sacrificados en los mataderos. En el mundo antiguo no se comía carne roja a menos que ésta hubiera sido honrada y sacrificada de algún modo. Y en la India les molestaba tanto sacrificar animales que la persona que hacía el sacrificio tenía que pasar por todo un ritual moral de preparación de meses, y más tarde decidieron, en lugar de matar a esos animales, entregarlos a los sacerdotes para que vivieran con ellos una existencia feliz. En Grecia, cuando sacrificaban a un animal, a veces realizaban luego una ceremonia en la que arrojaban el cuchillo utilizado al mar o lo enterraban, como castigo al haber sido el elemento empleado para matar a un animal. Hoy no tenemos esa sensibilidad en absoluto.
P: ¿Y qué sacrificios tendríamos que hacer hoy?
R: La propia palabra sacrificio con frecuencia se piensa que hace referencia a matar. Pero en realidad viene de los términos latinos sacro y facere, lo que quiere decir hacer sagradas las cosas. En India, por ejemplo, muy poca gente podía asistir a los grandes sacrificios, realizados ante un pequeño grupo de sacerdotes. Así que a la gente normal se le pedía que hiciera un pequeño sacrificio: que dejaran fuera de sus casas algo de comida o de agua para los animales, que honraran y saludaran con reverencia a todos los que acudían a su casa o se encontraban por la calle, incluso si se trataba de su peor enemigo. Y otro ritual era el estudio diario de las Escrituras, lo que simplemente implicaba sentarse en la postura del loto en un lugar tranquilo, con los ojos cerrados o fijos en el horizonte, recitar un himno en voz baja para concentrar la mente y entrar en contacto con el mundo de la naturaleza. Del mismo modo, también nosotros podemos hacer sacrificios en nuestra vida diaria, tomando conciencia y honrando a ese árbol que vemos, a aquel animal con el que nos cruzamos… Y también podemos adoptar de la espiritualidad india el concepto de ahimsa, que implica no hacer daño a ningún otro ser.
P: ¿Ni siquiera a una mosca?
R: En mi libro cito un famoso pasaje de la maravillosa novela británica Tristram Shandy, escrita en el siglo XVIII por Laurence Sterne, en la que el héroe de la misma, el muy afable tío Toby, un día se ve profundamente torturado a la hora de la cena por el zumbido de una mosca. Consigue atraparla y en lugar de matarla, la deja libre. «¿Por qué habría de hacerte daño? Sin duda este mundo es lo bastante grande para que quepamos los dos en él», le dice. Se trata de eso, de ser conscientes de que todas las criaturas tienen su propia vida y de la sacralidad de esas vidas.
P: El que la religión hoy tenga cada vez menos espacio en las sociedades contemporáneas, ¿ha afectado a nuestra visión de la naturaleza?
R: En Occidente, sin duda, Pero hay sociedades como la india que todavía hoy son muy conscientes de la naturaleza. Los indios, como sabe, se saludan uniendo sus manos e inclinándose para reconocer en el otro la presencia divina, el yo sagrado que comparten con la naturaleza. Y en China se está registrando un fuerte renacimiento confuciano, secundado por el propio gobierno. Confucio desarrolló una de las más maravillosas visiones de la naturaleza, dicen que se sentía tan identificado con la hierba que crecía bajo su ventana que no permitía que la cortaran. Eso probablemente vaya un poco lejos, pero tenía razón cuando decía que absolutamente todo en la naturaleza tiene su lugar, su sacralidad, y que ésta debe ser percibida y honrada incluso en las criaturas más pequeñas. Era parte de la Regla de Oro desarrollada por Confucio en el siglo VI y según la cual no hay que imponer a los otros lo que no deseas para ti mismo, una idea en el centro de la mayoría de las religiones y que Confucio aplicaba también a la naturaleza, a todas las cosas, incluso a aquellas que no tienen vida pero que según él también debían ser reconocidas y respetadas.
P: De todos los líderes religiosos actuales, ¿el papa Francisco es el más involucrado con el medioambiente? En varias ocasiones ha declarado su preocupación…
R: La verdad es que no los oigo hablar mucho de la naturaleza, desde luego no en el Reino Unido. ¿El papa Francisco habla mucho de naturaleza?
P: Hasta ha escrito una encíclica, Laudato si, sobre medioambiente y ética…
R: Eso está muy bien, pero ¿cuánta gente lee encíclicas? Además, lo que nos emociona no son las encíclicas sino la poesía, la música… Los rituales relacionados con la naturaleza que se celebraban en todas las religiones del mundo eran bonitos y le llegaban a la gente al corazón. Eso es lo que necesitamos. En vez de instrucciones secas y frías sobre la naturaleza, necesitamos invocar esa emoción que todavía sentimos en Occidente cuando nos sentamos en nuestros jardines y salimos al campo los fines de semana. Necesitamos despertar la emoción ante la naturaleza que había en los rituales del pasado y que, aunque menguada, aún sigue ahí.
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/el-mundo-que-viene/2022/09/09/6311c65121efa0ed0d8b45c8.html