Vivimos en un mundo de distracciones. La velocidad excesiva, el estrés, las tecnologías intrusivas, el agotamiento, entre otros factores, han desatado una crisis atencional que se expande alrededor del mundo. Pero, como afirma el reconocido divulgador Johann Hari en su libro ‘El valor de la atención’ (Península, 2023), la buena noticia es que podemos darle la vuelta a esta situación.
Mariana Toro Nader @MarianaToroN / ethic
El subtítulo de tu libro en inglés es evocador: «Why you can’t pay attention». En español decimos «prestar atención», pero en inglés se paga por ella, la atención cuesta algo. ¿Por qué es tan importante tener cuidado con las cosas en las que invertimos nuestra atención?
No lo sabía, qué interesante. Le diría a quien lee que piense en cualquier cosa que haya hecho de la que esté orgulloso, iniciar un negocio, ser un buen padre, aprender a tocar la guitarra, sea lo que sea, eso de lo que estás orgulloso requiere concentración y atención sostenidas. La atención sostenida está en el centro de todos los logros humanos: deportivos, musicales, la consecución de amistades. Prestar atención es nuestro superpoder como especie, y cuando tu capacidad de prestar atención disminuye, tu capacidad para lograr tus objetivos, para resolver problemas, se ve disminuida. Te sientes peor contigo mismo porque eres menos competente. Recuperar tu atención es como recuperar tu superpoder. Vivimos en una gran crisis de atención. El oficinista medio se concentra actualmente en una sola tarea menos de tres minutos. Por cada niño que fue identificado con problemas graves de atención cuando yo tenía siete años, ahora se identifican 100. James Williams me dijo: «Imagina que estás conduciendo y alguien tira barro sobre el parabrisas. No importa lo que tengas que hacer en tu destino, lo primero que tienes que hacer es quitar el barro porque así no vas a llegar a ninguna parte». La crisis de la atención es así: hay problemas mayores en el mundo, pero si no afrontamos la crisis de atención, nos va a costar mucho afrontar cualquier cosa.
Como en tu analogía entre la obesidad y la distracción, nos hacen creer que es nuestra culpa. Pero no se trata solamente de una cuestión de autodisciplina o autocontrol: es un problema sistémico. Hablas de doce factores que están perjudicando nuestra atención, y todos ellos están vinculados a algo que no podemos resolver solo a nivel individual.
Yo pensaba que era culpa mía cuando durante años sentí que mi atención estaba empeorando. Cada año sentía que mi capacidad para hacer cosas que requieren una concentración profunda y que son tan importantes para mí, como leer libros, tener conversaciones largas, ver películas, se estaban volviendo cada vez más difíciles, y podía ver que le estaba sucediendo a la mayoría de las personas que me rodeaban. Pero pensaba: algo anda mal en mí, me falta fuerza de voluntad, ¿por qué no puedo resistir estas tentaciones? Para el libro realicé un gran viaje por el mundo y entrevisté a más de 200 de los principales expertos y lo que aprendí es que hay evidencia científica de doce factores que pueden empeorar la atención. Y muchos han aumentado enormemente en los últimos años. Ciertamente tenemos agencia individual, hay cosas que podemos hacer como individuos para mejorar nuestra situación. Pero tu atención no colapsó, fuerzas grandes y poderosas te la han robado. Y podemos actuar en dos niveles: como defensa y como ataque. Hay cosas que todos podemos hacer como individuos para proteger y defender nuestra atención y la de los niños, pero también tenemos que atacar a las fuerzas que nos están haciendo esto.
Gran parte de la crisis de atención tiene que ver con el «capitalismo de la vigilancia»: hay una maquinaria gigantesca trabajando específicamente para que nos quedemos enganchados a las pantallas. ¿Cómo podríamos luchar contra, como dice Tristan Harris, ese «constante goteo de cocaína conductual»?
Una de las cosas que más me llamó la atención en Silicon Valley fue lo increíblemente culpables y avergonzados que se sienten los creadores de estas tecnologías por lo que han hecho. Un día James Williams habló en una conferencia de tecnología donde la audiencia eran literalmente las personas que diseñaron las cosas que usamos hoy y que sus hijos usarán mañana, y les dijo: «¿Hay alguien aquí que quiera vivir en el mundo que estamos creando? Por favor levante la mano». Nadie la levantó. Al principio yo pensaba que el problema era la invención del teléfono inteligente, lo que me dejó con una sensación de desesperanza porque no vamos a desinventarlo, ¿verdad? Ni deberíamos. No vamos a unirnos a los amish. Entrevistando gente en Silicon Valley empecé a darme cuenta de que el problema tecnológico es, en cierto punto, más limitado: el problema no es la existencia de la tecnología, es el diseño actual de las apps.
¿Por qué?
Si estás leyendo ahora y abres TikTok, Facebook, Twitter, Instagram o cualquier red social, esas empresas inmediatamente comienzan a ganar dinero contigo de dos maneras: la primera es que ves publicidad; la segunda forma es mucho más importante: todo lo que haces es escaneado y ordenado por sus algoritmos para descubrir quién eres y qué te motiva, qué te enoja, qué te entristece. Si has estado en estas aplicaciones durante algún tiempo, sus algoritmos sabrán decenas de miles de cosas sobre ti, están leyendo tus mensajes privados, saben lo que te gusta y lo que no. Saben muchísimo más sobre ti que tus vecinos. Y están acumulando toda esta información para descubrir qué mostrarte a continuación que te mantenga haciendo scroll. Cuanto más scroll haces, más dinero ganan. Cada vez que cierras la aplicación, ese flujo de ingresos desaparece. Entonces todo está diseñado para: ¿cómo hacer para que las personas utilicen la app con la mayor frecuencia posible y se queden en ella el mayor tiempo posible? Es una maquinaria diseñada para hackear e invadir tu atención. Así como al director de KFC lo único que le importa es con qué frecuencia fuiste a KFC esta semana y qué tamaño tenía el balde de alitas que compraste. Pero podemos tener todas las redes sociales que hay actualmente y que no estén diseñadas para funcionar así. Azar Raskin me dijo: «Hay que prohibir el modelo de negocio actual de las redes sociales».
¿Qué opciones habría?
Esencialmente, hay tres formas en que se pueden financiar las redes sociales. La primera es la que tenemos ahora, lo que Shoshana Zuboff llama «capitalismo de vigilancia»: parece que obtienes el producto gratis, no pagas nada por adelantado, pero a cambio te vigilan y escanean en secreto, hackean tu atención y la venden a los anunciantes; no pagas con dinero, sino con tu atención. Y hay dos modelos alternativos. Uno es la suscripción. Sabemos cómo funciona Netflix: pagas una cierta cantidad a cambio de obtener acceso. Y la clave de ese cambio es que todos los incentivos cambian. En este momento, estas empresas están pensando: ¿cómo puedo hackearla para que siga en esta app el mayor tiempo posible? No eres el cliente. El cliente es el anunciante. Eres el producto. Pero con la suscripción de repente ya no dicen: ¿cómo la hackeamos e invadimos?, sino: es nuestra clienta, ¿qué quiere ella? Resulta que se siente bien cuando se encuentra con personas y las mira a la cara, diseñemos nuestra aplicación para maximizar su encuentro con la gente. Tristan y sus amigos podrían hacerlo mañana. Pero los incentivos tienen que estar ahí. El tercer modelo posible, que probablemente sería mi preferido, aunque hay que tener cuidado, es pensar en el alcantarillado público. Antes había caca en las calles, la gente contrajo cólera, era horrible. Así que todos pagamos juntos para construir y mantener las alcantarillas. Quizá querríamos ser dueños de las tuberías de información porque estamos recibiendo el equivalente al cólera por nuestra atención. Cualquier modelo que elijamos, la clave es entender que se volverán cada vez mejores en hackear e invadir nuestra atención. Hay que romper ese eslabón de la cadena. Una vez que rompes esa conexión, se abren todo tipo de posibilidades. Pero si no se rompe ese vínculo, estas empresas extremadamente sofisticadas e inteligentes mejorarán cada vez más. Piensa en cuánto más adictivo es TikTok que Facebook en este momento. Imagina la próxima iteración de TikTok usando IA supergenerativa.
Un argumento que aparece comúnmente cuando alguien critica las redes sociales es la tecnofobia.
La forma en que las big tech quieren enmarcar este debate es: ¿eres pro-tecnología o anti-tecnología? Y si ese es el debate, simplemente piensas: bueno, no voy a renunciar a mi teléfono y unirme a los amish. Ese no es el debate. Todos somos pro-tecnología, mejora enormemente muchos aspectos de nuestras vidas. El debate es: ¿qué tecnología se diseñó y con qué fines? ¿Trabaja en interés de quién? Quiero tecnología que funcione a nuestro favor para mejorar nuestras vidas, no tecnología que funcione en nuestra contra para enriquecer aún más a Mark Zuckerberg y Elon Musk.
Con respecto a la radicalización en las redes sociales, se estaría poniendo en peligro algo más importante a nivel político: ¿cuál es el precio que paga la democracia en la crisis atencional?
En los años 80 usábamos lacas para el cabello que contenían una sustancia química llamada CFC que destruía la capa de ozono. Los científicos descubrieron el problema, el público absorbió la ciencia y presionó a sus líderes para que actuaran para abordarlo. Como resultado, la capa de ozono está casi curada. Ahora nos polarizaríamos. Debido a la dinámica de las redes sociales, algunas personas absorberían la ciencia y defenderían lo correcto. Otras dirían «¿cómo sabemos siquiera que existe la capa de ozono?». Estaríamos inundados de desinformación y locura. La democracia es una forma de atención colectiva sostenida. Y no es coincidencia que estemos teniendo la mayor crisis de la democracia en el mundo desde 1930 al mismo tiempo que tenemos esta crisis de atención individual. Una población que no puede prestar atención y pensar profundamente no puede ser, a largo plazo, una democracia.
Es muy peligroso.
No tiene por qué suceder. Cuando los países se enfrentan a estas empresas y exigen un cambio, lo obtienen. En Australia, Scott Morrison le dijo a Facebook: «Tienes que dar parte de tu dinero, de tus ingresos publicitarios, a los medios australianos porque son una parte esencial de una democracia». Facebook se volvió loco, amenazó con aislar a Australia. Pero Morrison mantuvo los nervios y Facebook cedió. Porque somos mucho más poderosos que ellos. Si queremos, podemos regular estas empresas. James Williams siempre me decía: «Los seres humanos tuvieron el hacha durante millones de años antes de que alguien dijera “muchachos, ¿deberíamos ponerle un mango?”. Internet existe desde hace menos de 10.000 días». Podemos ocuparnos de estas cosas si queremos, pero ellos no lo harán por nosotros. Tenemos que obligarlos.
Según Gallup, los empleados desmotivados le cuestan al mundo 8 billones de dólares en pérdida de productividad. ¿Por qué hay tan pocas empresas implementando la semana laboral de cuatro días si los estudios demuestran que las personas son más productivas y felices?
Tenemos, y me incluyo, un concepto profundamente disfuncional de lo que es la productividad. Pensamos que el trabajador productivo es aquel que contestará tu correo electrónico inmediatamente, que será la primera persona en llegar a la oficina y la última en salir, quien absorberá la máxima cantidad de estrés y seguirá sin quejarse. Pero, el neurocientífico Earl Miller dice: «Solo puedes pensar conscientemente en una o dos cosas a la vez, eso es todo». Es una limitación fundamental del cerebro humano. Pero hemos caído en una especie de engaño masivo. El adolescente promedio cree que puede seguir seis o siete plataformas al mismo tiempo. Pero lo que haces es malabarismos entre tareas y eso tiene el efecto del coste de cambio: cometes más errores, recuerdas menos, eres mucho menos creativo. Si te interrumpe algo tan simple como un mensaje de texto, te toma, en promedio, 23 minutos recuperar el nivel de concentración que tenías antes de la interrupción. Pero la mayoría de nosotros nunca tenemos 23 minutos sin ser interrumpidos, por lo que operamos constantemente al nivel más bajo de capacidad. Según Miller, vivimos en una tormenta perfecta de degradación cognitiva. Tu jefe te envía un correo electrónico y dice «bueno, solo le tomará 10 segundos leer mi correo electrónico y responder». No, te llevará 10 segundos más los 23 minutos necesarios para recuperar la concentración. Y si no duermes lo suficiente, te costará mucho prestar atención al día siguiente. De hecho, dormir seis horas por noche te deja con la atención equivalente a estar legalmente borracho. Y a nadie le gustaría que su personal fuera a trabajar borracho. El estrés crónico, sostenido y endémico destruye la atención.
En el mito de la multitarea, ante el tsunami de emails y la saturación laboral, ¿crees que esto podría conducir también a una crisis de creatividad?
Sí, la creatividad proviene 100% del pensamiento y la reflexión profundos. ¿Y qué hemos exprimido de nuestras vidas? Exactamente eso. El CEO promedio de las Fortune 500 tiene 28 minutos al día para pensar. Esto es particularmente importante a la luz del desafío que plantea la IA generativa porque ¿qué podemos hacer nosotros que las máquinas no puedan? Conectar con otros seres humanos y ser creativos, pero la conexión y la creatividad requieren tiempo ininterrumpido y pensamiento profundo. Por eso vale la pena pensar en el derecho a la desconexión.
Estamos ante una crisis de pérdidas: la pérdida de la concentración, de la divagación mental, del sueño, del tiempo libre, del juego. Pero tú no eres pesimista. ¿Cómo podemos unirnos esa «rebelión de la atención» que dices en el libro?
Hay varias razones por las que no soy pesimista. Una es que soy gay y he visto al mundo transformarse totalmente a lo largo de mi vida. No digo que todavía no haya desafíos, pero la diferencia entre cómo era el mundo para los homosexuales cuando yo tenía 16 años y cómo es ahora es asombrosa, y los homosexuales eran una pequeña minoría, del 3 al 5% de la población. La crisis de la atención afecta literalmente a todo el mundo. No conozco a ningún padre que no esté preocupado por la atención de sus hijos. Y pienso en mis abuelas: cuando tenían mi edad, no se les permitía tener una cuenta bancaria y era legal que sus maridos las violaran. A mi abuela suiza ni siquiera le permitieron votar. Y esto no fue hace un millón de años. Nunca llegaron a ser las personas que podrían haber sido. Pensaban: «Esto apesta, es terrible, pero así es como funciona el mundo». Pero hubo una generación de mujeres que dijo que no tenía por qué ser así. Y ahora la vida de mi sobrina es muy diferente a la vida de mi abuela. Esa transformación ocurrió en un par de generaciones porque suficientes personas lucharon por ella. Pero creo que dónde estamos con la atención es un poco como donde estaban mis abuelas con el sexismo: odiamos lo que nos está pasando, pero creemos que así es el mundo. Se trata de explicarle a la gente que esto no es inevitable. Como sociedad podemos tomar diferentes decisiones, pero requiere un cambio en la psicología. Necesitamos dejar de culparnos a nosotros mismos y a nuestros hijos y darnos cuenta de lo urgente que es esto, porque en este momento estamos en una carrera. En un lado, están los doce factores que están socavando nuestra atención y que se volverán más poderosos y adictivos en los próximos 40 años. Del otro lado tiene que haber un movimiento en el que todos digamos: «No, no puedes hacerle eso a mi cerebro, no puedes hacerles esto a mis hijos». Por supuesto, elegimos una vida con tecnología, pero también elegimos una vida en la que podemos pensar profundamente, leer libros, donde nuestros hijos pueden jugar al aire libre. Si queremos eso, podemos conseguirlo.
Uno de los aspectos más preocupantes es la relación que acaba teniendo la crisis de la atención con la crisis climática: una sociedad distraída y «hackeada» no podrá enfrentar el mayor desafío de nuestros tiempos. ¿Cómo hablar entonces de neuroderechos y neuroética?
Creo que es un muy buen punto. Somos ciudadanos libres en democracias a veces conquistadas con mucho esfuerzo. Somos dueños de nuestras mentes y juntos podemos recuperarlas si queremos. Porque si te roban la concentración, como está sucediendo ahora, aspectos de tu ser, de tu identidad y de tu vida están siendo robados. Cuando vemos a un niño que no puede concentrarse, sabemos que ese niño tendrá dificultades para ser todo lo que podría ser. Eres la suma total de cómo pasas tus minutos y horas. ¿Cuál es la cifra promedio ahora? La persona promedio toca su teléfono 2.687 veces al día. Y esa es la cifra antes del covid-19. Es deprimente. No deberíamos aceptar esto. Nunca tuvo que suceder. No tiene por qué continuar. Podemos darle la vuelta. Pero para hacerlo tenemos que entender lo que nos está sucediendo en un nivel profundo. Comprender los factores que están dañando nuestra atención y abordarlos uno por uno. Hemos hablado sobre los grandes cambios colectivos, pero también debemos defendernos como individuos. A nosotros mismos y a nuestros hijos. Enfrentarnos a las fuerzas que nos están haciendo esto. Tenemos que hacer ambas cosas, no es lo uno o lo otro. No somos impotentes, tenemos que aprovechar nuestro poder en ambos niveles. Y cuando lo hacemos podemos recuperar nuestra atención.
Fuente: https://ethic.es/entrevistas/entrevista-johann-hari/