Por Fernando Manzanilla Prieto

Mientras no se descubra un medicamento eficaz y ampliamente probado contra el Covid-19, pareciera que nuestra única esperanza para superar la pandemia en este momento es la vacuna. Pero como lo mencioné en las entregas anteriores, el acaparamiento y la desigualdad en el acceso a las inmunizaciones podría traducirse en una nueva amenaza para la salud al dejar sin vacuna este año, a gran parte de la humanidad.

Si el virus sigue circulando libremente, lo más probable es que sigan surgiendo nuevas variantes más agresivas y letales que, eventualmente, terminen reinfectando a la población mundial a pesar de haber sido vacunada. ¿Quién nos asegura que en unos meses no surgirá una variante del virus que supere la eficacia de todas las vacunas disponibles? De hecho, esto que suena como la peor de nuestras pesadillas, ya lo estamos empezando a vivir. Algunas de las nuevas variantes identificadas han logrado superar la eficacia de ciertas vacunas.

El problema es que seguimos sabiendo muy poco de este virus. No sabemos por qué afecta más a unos que a otros. No sabemos por qué a algunos les deja secuelas en ciertos órganos mientras que a otros los deja intactos. Este virus sigue sorprendiendo a los científicos por su alta eficiencia para mutar y generar versiones más resistentes de sí mismo. La realidad es que seguimos en la dinámica de prueba y error y aún no estamos 100% seguros de cómo se va a comportar el virus ni qué tan eficaz va a ser el antídoto que logremos desarrollar para las nuevas variantes.

Si bien es cierto que la nueva tecnología que usan las vacunas se ha venido desarrollando desde hace décadas –por eso fue posible contar con ellas en tan poco tiempo– también es verdad que esta es la primera vez que se utiliza en forma masiva en seres humanos. En otras palabras, a pesar de haber sido “probadas” en voluntarios antes de autorizar su uso de emergencia, la realidad es que la verdadera prueba se está realizando al aplicarlas masivamente a nivel global.

Esa es la razón por la que unas marcas son más eficaces que otras. Algunas funcionan mejor en adultos mayores, otras solo aminoran los efectos graves del virus, en tanto que otras evitan mejor el contagio. En fin, también con las vacunas estamos en medio de un proceso de prueba y error. Muestra de ello es el temor que en los últimos días ha obligado a casi toda Europa ha suspender preventivamente la aplicación de la vacuna de AstraZeneca-Oxford ante los efectos adversos que supuestamente ha provocado en algunas personas.

El hecho es que, entre que no conocemos totalmente al virus, no estamos 100% seguros de la eficacia y seguridad de todas las vacunas, y no hay voluntad de parte de los países ricos para que toda la población esté en posibilidades de recibir al menos una dosis este mismo año, la humanidad corre el riesgo de perder la carrera contra las nuevas variantes.

Insisto, la única manera de controlar la pandemia en el corto plazo implica llegar a un gran acuerdo a nivel mundial para declarar la vacuna como un bien global, sumar esfuerzos para multiplicar al menos por cuatro la producción anual de vacunas –que actualmente es de 4 mil millones de dosis– y que los países ricos aporten los recursos necesarios para financiar una distribución adecuada de la vacuna que mejores resultados haya dado, en todos los países del planeta.

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