Por Fernando Manzanilla Prieto

Hace años, cuando realizaba mis estudios de maestría en el extranjero, un compañero de Corea del Sur me preguntó: tu familia tiene honor o tiene dinero. Evidentemente, en ese momento no entendí a qué se refería. Para muchas culturas en el mundo ser servidor público entraña un alto prestigio social, incluso mayor al de un empresario exitoso. Es el caso de los países asiáticos, en donde la sociedad valora más a quien sirve a su país como oficial de gobierno o funcionario público, otorgándole un amplio reconocimiento y gran honor a su familia.

En las culturas occidentales, particularmente las latinas, generalmente se tiende a respetar y admirar más al emprendedor. El trabajo y esfuerzo del servidor público no es tan valorado. Incluso en muchas ocasiones es visto con recelo y desconfianza. Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿por qué aquí hemos llegado al extremo de ver el ejercicio del servicio público como sinónimo de deshonra? ¿Por qué aquí no es reconocida la noble labor del servidor público como en otras culturas?

Creo que parte de la explicación tiene que ver con el hecho de que, prácticamente durante todo el siglo pasado, los cargos públicos en nuestro país fueron concebidos a partir de una lógica de poder, más que de una lógica de servicio. Por más de siete décadas de priísmo autoritario, ocupar una posición en la alta burocracia fue sinónimo de poder político y de éxito económico, lo que terminó por degradar la esencia del servicio público convirtiéndolo en un simple medio para el lucro personal.

A diferencia de las culturas orientales y anglosajonas, donde la corrupción es severamente castigada y rechazada socialmente, aquí fue vista como muestra de habilidad e inteligencia propias de quien sabe aprovechar el cargo en su beneficio.

La corrupción y el abuso de autoridad terminaron por deshonrar la genuina vocación del servidor público, deteriorando la imagen y la moral pública del país.

Hoy, por primera vez en décadas, tenemos la oportunidad de impulsar un verdadero cambio cultural que revalore el trabajo del servidor público. Recordemos que el proyecto de transformación nacional impulsado por el Presidente se sustenta en una nueva mística del servicio público que rescata los valores éticos y morales fundados en la honestidad, la austeridad y la solidaridad.

Después de décadas de asociarlo al poder, estamos ante la posibilidad de reivindicar el honor y la humildad que deben acompañar la imagen del servicio público y, con ello, de rescatar el espíritu de “ser para los demás” que implica la responsabilidad de servir a los demás como autoridad. En otras palabras, estamos ante la oportunidad de histórica de honrar y hacer honrar, el compromiso de “mandar obedeciendo”.

El primer paso para lograrlo ha sido dejar de pensar en el ejercicio público a partir de una lógica de poder y empezar a pensarlo a partir de una lógica de servicio. Los que desempeñamos un cargo público tenemos la responsabilidad de contribuir a devolverle la honradez y la honorabilidad a esta noble labor. Porque a partir de hoy, quien pretenda seguir visualizando el servicio público bajo la óptica del poder lamentablemente acabará marcado por la deshonra.

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