Por Fernando Manzanilla Prieto
Hace unos días se conmemoró a nivel global el Día de la Salud Mental, una fecha que pone el énfasis en hacer conciencia sobre los problemas derivados de la falta de atención a estos padecimientos y en movilizar los esfuerzos de todos los sectores para mermarlos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la salud mental como un estado de bienestar en el que las personas realizan sus capacidades, hacen frente al estrés normal de la vida, trabajan de forma productiva y contribuyen a su comunidad. Es por ello que se considera como el fundamento del bienestar individual y del funcionamiento eficaz de la comunidad.
Sin embargo, una inadecuada salud mental puede desembocar en depresión, trastorno bipolar, esquizofrenia, trastorno límite de la personalidad, alcoholismo o uso de drogas e incluso en la pérdida intencionada de la vida a través del suicidio.
Desde antes de la pandemia, el mundo ya se encontraba en jaque por la alarmante incidencia en estos padecimientos. En 2019, casi mil millones de personas en el planeta estaban afectadas por un trastorno mental, de las cuales un 14% se encontraban en la adolescencia.
Desafortunadamente la presencia del Covid-19 ahondó los problemas de salud mental, muy en especial la depresión y la ansiedad, los cuales tan solo el primer año aumentaron más del 25%.
En México la situación no es diferente, la Secretaría de Salud Federal, estima una prevalencia anual de trastornos mentales y adicciones de casi una quinta parte de la población total. No obstante, las personas afectadas no presentan esos padecimientos en la misma intensidad, sino que estos pueden ser trastornos leves en 33.9% de los casos, moderados 40.5% y el 25.7% trastornos graves o severos.
En este sentido, se vaticina que en el país 24.8 millones de personas al año presentan algún padecimiento mental.
Los trastornos más frecuentes son la depresión en el 5.3% de la población, seguido del trastorno por consumo de alcohol 3.3%, y trastorno obsesivo compulsivo 2.5%, además de que en promedio el 81.4% de las personas con problemas mentales no reciben la atención apropiada.
En el país tampoco pasó por alto la pandemia, dejando fuertes estragos en la sociedad. Uno de los más alarmantes fue que durante 2020 se registró la cifra más alta de suicidios desde que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) publica estos datos. En dicho año, 7 mil 896 personas se quitaron la vida de manera deliberada, cuando de 1994 a 2019 se registraban 4 mil 720 suicidios en promedio por año.
Es así que se puede visualizar que en las últimas dos décadas este fenómeno aumentó 203 %, lo que llevó a que seis de cada 100 mil mexicanos murieran por esta terrible causa que, en promedio, ocurre en 21 ocasiones por día.
Ante este crudo panorama, se ve la urgencia de que la atención a la salud mental se convierta en una prioridad para los gobiernos, ya que hay vínculos indisolubles entre ella y la propia salud pública, los derechos humanos y el desarrollo económico.
Incluso, la propia OMS propone a las naciones invertir al menos el 10% del total del presupuesto que se destina a la salud, para la atención de la salud mental en la población.
En nuestro país, de las 32 entidades de la República sólo 17 tienen leyes estatales en la materia, y de ellas solo cinco consideran presupuestos específicos, ninguno superior al 10%. El resto de las legislaciones supedita la atención mental a la suficiencia presupuestal con la que se cuente.
Hoy tenemos claro que la salud mental es una parte integrante de nuestra salud y bienestar generales y un derecho humano fundamental, por ello es necesario apostar a la prevención de sus riesgos y detonar los factores de protección.
Precisamente invertir en salud mental incide fuertemente en el desarrollo social y económico. Una mala salud mental frena el desarrollo al reducir la productividad, tensar las relaciones sociales y agravar los ciclos de pobreza y desventaja. Por el contrario, cuando las personas gozan de buena salud mental y viven en entornos favorables, pueden aprender y trabajar bien, así como ayudar a sus comunidades en beneficio de todos.
Sin duda hay mucho que hacer por parte de los gobiernos, pero tampoco dejemos fuera que desde cada una de nuestras trincheras podemos contribuir a mermar este gran mal del siglo XXI. Echemos mano procurando un bienestar integral, cuidando nuestro ámbito mental, pero también el físico, emocional y espiritual, ya que como dice una frase de B. K. S. Iyengar: “La salud es un estado de completa armonía del cuerpo, la mente y el espíritu. Cuando estamos libres de incapacidades físicas y de distracciones mentales, las puertas del alma se abren”.