Por Fernando Manzanilla Prieto
Vivimos en un mundo dividido y polarizado. La utopía del fin de la historia y el advenimiento de un mundo unipolar prevista por Fukuyama parece haber fracasado. Ni la democracia liberal ni el libre mercado lograron imponerse como modelos universales. Por el contrario, lo que parece ser la tendencia predominante es el caos y el enfrentamiento en medio de un desorden multipolar más parecido al escenario previsto en su momento por Huntington en “El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial”.
No obstante, por su naturaleza y profundidad, desde mi punto de vista la crisis civilizatoria que vive la humanidad supera en todos los sentidos y proporciones las predicciones de estos grandes pensadores. No estamos ante el simple fracaso de un modelo económico que pueda ser ajustado mediante un nuevo acuerdo monetario al estilo Breton Woods. Tampoco estamos ante un simple fracaso político-ideológico que pueda ser sustituido por alguno de los relatos vigentes, justo porque ninguno es del todo convincente.
Como lo he señalado en otros espacios, la crisis civilizatoria que vive la humanidad tiene que ver más con el agotamiento de la racionalidad y la institucionalidad del orden que, como especie, hemos establecido entre nosotros y con la naturaleza. Y la mayor prueba de esta crisis civilizatoria —a la que yo llamo decadencia apocalíptica— es la crisis climática por la que atraviesa la humanidad, cuya primera expresión devastadora a escala global ha sido la pandemia del coronavirus.
En otros términos, creo que estamos en el preludio de una espiral de cataclismos y sufrimiento producto del calentamiento global; que la pandemia del Covid es uno de sus primeros efectos, y que el fracaso de la respuesta no-cooperativa a nivel global demuestra nuestra incapacidad como especie, para lidiar con amenazas globales y, por tanto, el fracaso del orden mundial vigente.
La eterna pugna entre ricos y pobres, blancos y negros, globalifóbicos y globalifílicos, Norte contra Sur, mujeres contra hombres, liberales y conservadores, populistas y neoliberales, no es sino la prueba de que la racionalidad humana ha dejado de lado la esencia de lo que somos —tanto biológica como espiritualmente— es decir, nuestra esencia social y comunitaria. En tanto que la eterna alteración —consciente o inconsciente— de los equilibrios básicos de los ecosistemas que sostienen la vida en el planeta, es síntoma de nuestra irracionalidad como especie condicionada a vivir en equilibrio con su entorno natural.
¿Es posible superar esta crisis civilizatoria? ¿Podemos aspirar como humanidad y como especie, a desarrollar una nueva racionalidad y un nuevo orden? Estoy convencido de que sí es posible, y de que el único camino para construir una alternativa de futuro es edificando un nuevo orden civilizatorio en lo económico, en lo social y en lo político, a partir de una nueva racionalidad sustentada en la fraternidad, la solidaridad y la cooperación.
Solo con el poder de la fraternidad, la solidaridad y la cooperación podremos construir un nuevo orden civilizatorio. Solo a partir de una nueva identidad superior, es decir, como humanidad y como especie, será posible construir una racionalidad y una institucionalidad fincada en un nuevo ethos fraternal, solidarista y cooperativo que nos permita avanzar en tres ámbitos fundamentales de la convivencia humana: en un proceso de reconciliación entre nosotros y con la naturaleza; en una paz duradera fincada en un nuevo sistema de valores más allá de culturas, etnias y lenguajes, y más allá de paradigmas ideológicos y religiosos, que reconozca nuestra esencia humana y nuestra superioridad espiritual como especie; y en un proceso de unidad y suma de esfuerzos para articular un nuevo relato convincente, una narrativa viable, en torno a la cual podamos construir un mejor futuro para todas y para todos.