Javier López Casarín se estrena en la Cámara de Diputados, donde se ocupará de innovación y se perfila para impulsar la agenda del canciller con vistas a 2024

El diputado Javier López Casarín durante una sesión la Cámara. CORTESÍA

FRANCESCO MANETTO / EL PAÍS

La Cámara de Diputados elegida en junio acaba de constituirse y la legislatura que comienza es el terreno en el que se juega la consolidación del trabajo del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Al mismo tiempo, el poder legislativo es un catalizador de las presidenciales de 2024. La agenda parlamentaria, los debates y las negociaciones configuran en buena medida la disputa y, desde ahora, una larguísima campaña que ya ha empezado. Esa carrera afecta a todo el arco político, pero la desarticulación de los partidos opositores ha centrado los focos en lo que suceda en Morena. Esto, el rompecabezas la de la sucesión. El tablero está alineado y uno de los aspirantes más destacados, el canciller Marcelo Ebrard, tiene un alfil en el Congreso: Javier López Casarín.

Hombre fuerte del secretario de Relaciones Exteriores y pieza fundamental en la acción política de ese departamento, este abogado y empresario de 47 años acaba de tomar posesión de una curul del Partido Verde, uno de los aliados de la mayoría de Morena. López Casarín se estrena en la primera línea, aunque en realidad el diputado, con una amplia experiencia en el sector privado, sobre todo en materia de innovación, lleva años colaborando con Ebrard entre bambalinas. En el Parlamento su principal propósito es el de trabajar en el ámbito de las políticas públicas relacionadas con ciencia y tecnología. Con una meta clara: cambiar la mentalidad para que, como sostiene, “la innovación sea percibida como motor económico y los gastos no se entiendan como dinero que sale de la caja sino como inversión a largo plazo”.PUBLICIDAD

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Asegura que quiere centrarse en las políticas públicas -de hecho, esa es la función de esta legislatura, “afinar los puntos medulares para que la propuesta del presidente y del Gobierno logre trascender en el largo plazo”-, sin embargo, quiere convertir su especialidad en una “agenda transversal que conecta con todo órgano del Gobierno y de la sociedad”. En cualquier caso, López Casarín decidió dar el salto también por todo lo que se decidirá en los próximos dos años. Y lo más importante, además del afianzamiento del proyecto, es la decisión sobre quien tome el testigo de López Obrador.

La imagen más utilizada para describir ese proceso es la de un juez de salida de una carrera. Los participantes esperan una señal para pasar del “todos quietos” al “ya pueden moverse”. El presidente aún no ha dado una instrucción explícita al respecto, pero cada tanto no renuncia a agitar el juego de la sucesión. Hace dos meses puso públicamente sobre la mesa una lista de nombres. Además del canciller, mencionó a la aspirante menos disimulada, Claudia Sheinbaum, y añadió a los embajadores Juan Ramón de la Fuente y Esteban Moctezuma y a las secretarías de Economía y de Energía, Tatiana Clouthier y Rocío Nahle. Se le olvidó incluir a Ricardo Monreal, coordinador de senadores de Morena, y la semana pasada quiso rebajar las rencillas internas afirmando que “todos son amigos”. Pero por el momento esa pugna gira en torno a dos nombres: Ebrard y la jefa de Gobierno de la Ciudad de México.

Los dos tienen importantes responsabilidades de gestión, concentran todos los ojos de los analistas políticas y los dos aparecieron la noche del último Grito de Independencia en un balcón noble del Palacio Nacional separados por el secretario de Gobernación. Más allá de la semiótica de los balcones y de la expectación generada por los dirigentes, López Casarín opina que México necesita afianzar un cambio, una transformación, en el largo plazo, y por eso mismo se presentó a las pasadas elecciones federales. “Yo he manejado siempre ser un agente de cambio y eso implica que como persona muchas veces hagas a un lado lo que lo que traes para que el proyecto en el que crees se consolide”.

El diputado asume que tendrá que hacerlo, desde la Cámara, a través del diálogo, las alianzas, la capacidad de escuchar a los adversarios y también la paciencia. Pero desde ese foro tendrá la oportunidad de palpar el clima político, los ánimos y la disposición de la coalición de gobierno y la oposición con vistas de las elecciones de 2024. Casado y con cuatro hijos, formado en Derecho y en Ciencias Políticas en la UNAM y en Barcelona, López Casarín mantiene que ahora la agenda del jefe de la diplomacia mexicana se ciñe a la Cancillería, a la consolidación del presidente y su proyecto, la llamada Cuarta Transformación. “Claro está que en su momento, como lo manifestó él y cuando el presidente diga señores, ahora sí, ¿a quién le interesa participar? Ya lo externó y dijo: nos interesa participar”, agrega.

Así lo manifestó el propio Ebrard en julio. La carrera por la sucesión, de facto, ya ha empezado, aunque no oficialmente. Se trata de una cuestión de disciplina, que en este caso no significa lo mismo que obediencia. Es, en opinión de López Casarín, un asunto de saber dónde se está en cada momento y que una meta personal no empañe los objetivos comunes. Primero, debe echar a andar la legislatura en la Cámara, definirse las responsabilidades y poner en marcha desde su bancada un paquete de propuestas sobre innovación y ciencia. Hacer política, en definitiva. Aun así, su perfil en el Congreso no deja lugar a dudas y se enmarcará, cuando el árbitro dé el pistoletazo de salida, en el impulso del proyecto del canciller. Una hoja de ruta que, destaca, consistirá “en contribuir a construir y potenciar lo que se está sembrando”. Lo que también, cómo no, es hacer política.

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Fuente: https://elpais.com/mexico/2021-09-21/el-alfil-de-marcelo-ebrard-en-el-congreso.html

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