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Barack Obama: «No confíes demasiado en la inocencia» | El Mundo

El escritor Sandro Veronesi, dos veces ganador del premio Strega, máximo galardón literario en Italia, charla con el ex presidente de EEUU acabada la frenética promoción de su libro ‘Una tierra prometida’

AP Photo/Andrew Harnik

SANDRO VERONESI / Corriere della Sera / EL MUNDO

Hace un cuarto de siglo, mientras entrevistaba a Nicholas St. John, el guionista-teólogo que había escrito las películas más bellas de Abel Ferrara -aquellas en las que había una profunda tensión cristiana, y que por ello, a pesar de su dureza secular, llegaban a desempeñar un papel casi pastoral- me encontré por primera vez con el concepto de «bueno y hermoso». En definitiva, se preguntaba St. John, ¿por qué el Bien tiene que ser siempre sin adornos, severo, intimidante, por qué no puede ser tan excitante y catártico e incluso estar de moda como lo puede estar el Mal? Esto explicaba su compromiso con el cine, un mundo que tendía a caer bajo la jurisdicción de Satanás: y el resultado fueron esas películas desgarradoramente bellas que literalmente explotaban con poder evangélico.

Pues bien, desde la primera vez que lo vi y oí hablar de él, siempre pensé en Barack Obama como una contrapartida política de esas películas de Abel Ferrara: con una tensión mucho más secular, pero igualmente manifiesta y poderosa hacia el Bien, capaz de desbordar toda retórica, y sobre todo con la misma propensión natural a los rasgos atractivos. Sucedió entonces que durante los ocho años de su presidencia, al igual que cientos de millones de personas en el mundo, me había acostumbrado a esa belleza asociada al papel del hombre más poderoso del planeta, para lamentarme amargamente cuando, al menos desde mi punto de vista, en la Casa Blanca el hermoso Bien fue sustituido por el desagradable Mal. Y sólo me di cuenta de lo mucho que echaba de menos su presencia cuando empecé a leer su libro, Una tierra prometida, y aún más cuando, de forma bastante inesperada, le vi aparecer en la pantalla de mi ordenador para realizar esta entrevista vía Zoom.

Sonriente, flexible y resplandeciente en medio de un marco perfecto, con una lámpara encendida, un espejo negro y unas cuantas fotos familiares repartidas en los estantes detrás de él.Aquí está de nuevo, visible, disponible y cercano como lo fue durante sus dos mandatos como presidente. No me intimida, me he preparado, tengo mis preguntas listas, la doble grabación ya empezada, y al fin y al cabo estoy trabajando; pero el alcance de su presencia en mi casa lo demuestra las expresiones entre incrédulas y aterrorizadas de mi mujer y mi hija. Sentadas frente a la puerta, fuera del marco y por lo tanto expuestas a su belleza sólo a través de su voz profunda y escarchada.

Durante toda la entrevista permanecen allí inmóviles, excepto cuando se comunican entre sí pasándose misteriosas notas. Lo último que me dicen, justo antes de empezar, es que tengo una mancha en la camisa, pero me he mirado en el espejo hace un momento y no he visto ninguna. Cuando Obama me saluda en la pantalla me doy cuenta de que su camisa inmaculada es suficiente para los dos, y estoy seguro de que todo irá bien.

PREGUNTA: Me gustaría empezar con una de las preguntas que se hace en el libro, en la página 16. Se plantea qué habría pasado si, en lugar de seguir una carrera política «de altura», se hubiera quedado en la organización de base de las comunidades negras, donde empezó. Si se hubiera convertido en un héroe local, como dice, en lugar de convertirse en un héroe global.

RESPUESTA: Uno de los temas del libro es precisamente ese: ¿cómo se produce mejor el cambio social, desde dentro o desde fuera? Mi inspiración inicial procedía de personas de fuera y de movimientos de acción social, no me inspiraban especialmente los políticos; pero luego di el salto y decidí que quizá podía hacer más desde dentro del sistema y empecé a trabajar en la administración del estado de Illinois, luego en la administración nacional como senador y finalmente fui elegido presidente. Pero como seguro recuerda, en el libro describo un discurso que di en Praga sobre el desarme nuclear, y ver a todos esos jóvenes en el público me recordó a 1989, cuando era joven y quería luchar contra el sistema. Recuerdo con melancolía el pensamiento de que mi corazón seguía estando en la multitud y no en el escenario. Creo que he llegado a la conclusión de que se necesitan ambas cosas: las personas que están fuera del sistema, los héroes locales que crean confianza y dan voz a los que no la tienen, y las personas íntegras y sinceras de dentro que escuchan esas voces y las traducen en acciones prácticas, ya sean leyes o iniciativas políticas. Sí, se necesitan las dos cosas, porque hemos visto cómo hay megáfonos en todo el mundo que resuenan con líderes capaces de alimentar los peores impulsos de la gente, y por lo tanto pueden oscurecer completamente lo que hacen los héroes locales. Por otro lado, si sólo tienes políticos sinceros en el Gobierno sin un movimiento social debajo, la mayoría de las veces no consigues nada. Por eso gran parte del trabajo que hago ahora se centra en apoyar a estos héroes locales, principalmente a los jóvenes de todo el mundo. Eso es lo que hacemos con nuestra Fundación, porque creo que nuestras democracias funcionan bien si las personas se relacionan entre sí, incluso a pequeña escala, si se sienten mutuamente responsables y luego lo traducen en una serie de redes, movimientos y culturas cada vez más amplias, que a su vez provocan un cambio real.

PREGUNTA: Exactamente en el momento decisivo de su vida, cuando estaba a punto de dejar esos movimientos para ir a Harvard, es decir, estaba a punto de dejar el exterior por el interior, dice que se encontró con problemas. Hay una frase memorable, pronunciada por su madre para que se fuera a Harvard sin hacer aspavientos, que es muy evocadora y que llevaré conmigo: «Estar sin blanca está sobrevalorado». ¿Puede decirme algo que esté sobrevalorado hoy en día?

RESPUESTA: La fama está sobrevalorada. Vivimos en la era de las redes sociales y en los más jóvenes veo ese afán por exponer la propia vida para sentirse validados por los likes y los comentarios de desconocidos. Creo que todo esto produce una distorsión, porque sabes que en la sociedad actual es posible ganar dinero por el simple hecho de ser famoso, al menos durante un tiempo, pero a costa del trabajo, del compromiso y de valores más sólidos e importantes. Ahora bien, siempre soy muy cauteloso cuando digo estas cosas a mis hijas, o a cualquier otra persona, porque obviamente experimento el privilegio de haber llegado a ser muy famoso y, sin embargo, en este estatus hay también muchas desventajas, como escribo en el libro, un aislamiento que proviene del hecho de que todo el mundo sabe quién eres, la pérdida del anonimato…

PREGUNTA: La necesidad de convertirse en Johnny McJohn John…

RESPUESTA: Exactamente. En el libro cuento esta anécdota de cuando acababa de irrumpir en la escena nacional tras el famoso discurso en la Convención Demócrata de Boston. De repente, llevar a mis hijas al zoo, o al parque, o a un museo, se había convertido en algo difícil de gestionar porque mucha gente nos reconocía y quería fotos, autógrafos y demás. Mi hija mayor dijo: «Necesitas un seudónimo, deberías llamarte Johnny McJohn John y utilizar una voz más aguda al hablar, para que la gente no te reconozca más». Es una broma familiar, pero que identificaba la pérdida real que había sufrido. Creo que es parte del trato que hay que aceptar cuando se entra en la vida pública. Mi amigo Bruce Springsteen me dijo una vez: «Ese es uno de los precios que pagas por vivir tu sueño, así que no tienes que sentir lástima por la gente famosa, ni ellos deberían quejarse». Ese precio fue el efecto secundario del trabajo que hice y de los valores con los que me comprometí, pero hay gente que persigue la fama por sí misma. Lo que siempre digo a los jóvenes que quieren dedicarse a la política es que deben centrarse en lo que quieren hacer y no en lo que quieren llegar a ser. Una cosa es querer ser un novelista famoso y otra querer escribir una gran novela. Son dos cosas muy diferentes, ¿verdad? Decir «quiero ser presidente» es diferente a decir «quiero proporcionar asistencia sanitaria y una buena educación a los desfavorecidos». Si llegas a ser presidente como resultado de las cosas que haces, está bien. Pero creo que la fama en sí misma es un falso ídolo al que adorar.

Hay megáfonos en todo el mundo que resuenan con líderes capaces de alimentar los peores impulsos de la gente

PREGUNTA: Springfield es la ciudad donde comenzó su carrera política, y donde Lincoln también comenzó la suya, pero también es la ciudad de los Simpson. Es decir, prácticamente usted empezó su vida política entre Abraham Lincoln y Homer Simpson: ¿reconoce a EEUU en esto?

RESPUESTA: Sí. Y aunque nunca he hablado con los inventores de Los Simpson, estoy seguro de que la elección de esa ciudad no es casual. Springfield es el arquetipo de ciudad estadounidense, con sus puntos fuertes y débiles: por un lado, tenemos la ordinariez, la vida tranquila, las pequeñas comunidades de vecinos, y ahí radica una gran fortaleza -Tocqueville ya escribió sobre los lazos que surgen de todas las relaciones y asociaciones en las pequeñas ciudades estadounidenses-, pero también es cierto que hay veces que esa versión de EEUU puede resultar desconfiada con los forasteros, o sectaria a la hora de definir lo que es la buena vida y el buen ciudadano, quién lo es y quién no. Springfield, que es la capital del estado de Illinois, donde Lincoln sirvió una legislatura en el parlamento estatal y yo también, es realmente representativa de ello. Es una ciudad hermosa, llena de buena gente, pero también contiene tensiones raciales y algunos de los mismos desafíos que se ven en todo EEUU, las diferencias de clase y el provincialismo, así como la increíble fuerza expresada por las familias y las comunidades que se cuidan mutuamente. A lo largo de mi carrera política siempre he tratado de argumentar que las contradicciones de EEUU no deben ser ignoradas, deben ser abrazadas. La gran fuerza de nuestro país es que es grande, complicado y diverso. Aunque debemos ser conscientes de las tensiones más oscuras que recorren nuestra historia, no debemos ignorar esa gran fuerza. Lo estamos viendo hoy a muchos niveles de nuestra escena política, particularmente en el despertar de la conciencia generado por el asesinato de George Floyd el año pasado y las protestas subsiguientes. Es cuando se creó más conciencia y se empezó a ver cierta redención con respecto a la historia del racismo en EEUU. Pero muy a menudo, al menos en los medios, la cuestión se plantea de tal manera que hay que elegir entre ver a EEUU como la Tierra del Bien, donde todo es perfecto, o el terrible lugar marcado por la esclavitud y la discriminación. Y como ocurre con cualquier otro pueblo, ambas cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo. Debemos ser capaces de aceptar las contradicciones y trabajar para aprender de ellas.

PREGUNTA: Una de sus iniciativas como senador, antes de su presidencia, fue un plan para combatir y contener una posible pandemia. Así que me veo obligado a preguntarle cuál fue la diferencia entre lo que se esperaba entonces, pensando en una pandemia, y una pandemia real.

RESPUESTA: En primer lugar tengo que decir que, independientemente de quién esté en el poder, la pandemia es y seguirá siendo una emergencia muy grave. Ya estaba convencido de ello como senador y por eso creé un grupo de trabajo en la Casa Blanca que trabajaba en torno a la posibilidad de un brote pandémico. Era un problema totalmente previsible, pero hasta que la pandemia no se manifestó en serio no hubo forma de blindarse. No se sabe cuáles van a ser las cepas originales, los posibles tratamientos, la rapidez con la que se va a propagar la infección… pero lo que sí era previsible es que en algún momento de la próxima década nos íbamos a enfrentar a una pandemia de algún tipo. Estuvimos a punto de hacerlo varias veces, y durante mi presidencia tuvimos la suerte de que el virus H1N1 no resultó ser tan mortal ni tan capaz de propagarse como habíamos temido inicialmente. Luego la epidemia de ébola, tan letal, pudimos contenerla casi por completo en África movilizando un esfuerzo internacional. Dicho esto, EEUU manejó muy mal el Covid-19. Es innegable que tuvimos un presidente en ese momento, mi sucesor, que despreció sistemáticamente la ciencia, promovió información errónea y especuló políticamente con ella. No sólo no aprovechó el trabajo que habíamos realizado, sino que desmanteló muchas de las estructuras que habíamos puesto en marcha. La coordinación a escala internacional fue insuficiente. Una de las cosas que habíamos introducido después del ébola era dedicar mucho tiempo a trabajar realmente en la diplomacia de la salud pública mundial y a crear mejores estructuras para tener una alerta lo más temprana posible. Habíamos establecido relaciones mutuas entre los científicos de diferentes países para poder reaccionar antes y todo eso desapareció. Evidentemente, el Gobierno chino tampoco ayudó, así que no fue todo culpa de EEUU, pero lo que sí es cierto es que en el pasado, cuando había grandes retos de salud pública, los americanos éramos los líderes y en esta situación no lo fuimos. Nos costó caro, no sólo en nuestro país, donde tuvimos más de 600.000 muertes a un ritmo mucho mayor que, por ejemplo, en Canadá, justo al otro lado de la frontera, con una distribución demográfica similar. La falta de liderazgo estadounidense para hacer frente a la pandemia ha tenido un coste muy alto en todas partes. Ahora, lo que creo, sinceramente, es que todo ha ido mejor de lo que esperábamos gracias al desarrollo de las vacunas. Nunca se insistirá lo suficiente en la importancia de invertir en investigación básica y en investigación genómica. La razón por la que hemos sido capaces de producir diferentes vacunas rápidamente y de forma eficaz es porque esos departamentos de investigación y las nuevas metodologías ya estaban trabajando. Y creo que a EEUU le fue mejor que a otros países porque había una gran voluntad de invertir dinero para sacarlas lo antes posible sin preocuparse tanto por negociar el precio. Mi mayor preocupación en este momento es garantizar que las vacunas se distribuyan de forma justa a escala mundial, y eso también requiere un liderazgo internacional. Afortunadamente, la Administración Biden se está coordinando con otros países para asegurarse de que incluso los más pobres tengan acceso a las vacunas rápidamente. Porque si algo nos ha enseñado esta pandemia es que cuando te enfrentas a una amenaza transnacional de esta magnitud, ya sea una pandemia o el cambio climático o las migraciones masivas derivadas de los conflictos, la pobreza o las catástrofes naturales, las fronteras ya no te protegen. 

La fama está sobrevalorada, es un falso mito al que adorar

PREGUNTA: Hablemos de Otis Moss. Es uno de mis personajes favoritos entre las docenas que se encuentran en su libro. Usted describe a Otis Moss como «un veterano del movimiento por los derechos civiles, amigo íntimo y colaborador de Martin Luther King, pastor de una de las mayores iglesias de Cleveland, Ohio, y antiguo asesor del presidente Carter». En un momento dado se encuentran, él le anima a perseverar en su acción política y durante la conversación dice la que creo que es la frase más importante de todo su libro: «Cada generación está limitada por lo que conoce». Dado el énfasis que pone en esta frase, me gustaría pedirle que nos dijera en qué se ha inspirado.

RESPUESTA: Moss se me acercó en un momento en el que me cuestionaba si presentarme a la presidencia era una elección acertada. Entre otras cosas, porque hubo mucha gente que expresó su escepticismo al respecto, incluso dentro de la comunidad afroamericana, donde no se creía posible que un hombre negro pudiera ser elegido presidente de EEUU. Y lo que Moss pudo hacer con esa declaración fue explicar que todos nosotros seguíamos construyendo sobre los triunfos y los fracasos del pasado. Que hay una cadena irrompible que nos une, y que incluso los que han hecho un trabajo increíble llegan a un punto en el que ya no pueden imaginar cómo progresarán las cosas, y corresponde a la generación más joven imaginarlo y hacer avanzar la línea. Esto es algo de lo que me siento parte, ahora que tengo más de 60 años y pertenezco a lo que él llamaría la Generación de Moisés, mientras que mis hijas pertenecen a la Generación de Josué, que viene después. Aquí vuelvo a ver la sabiduría de lo que me dijo entonces, porque aunque me sigo considerando una persona curiosa y de mente abierta, por naturaleza ocurre que a medida que uno envejece tiende a aceptar cosas que quizás son inaceptables, y deja de hacerse ciertas preguntas y de poner a prueba ciertos límites y fronteras. Durante las protestas del verano pasado sobre la cuestión racial en relación con el comportamiento de la Policía, fue interesante para mí escuchar a los jóvenes describiendo cómo se sentían e insistiendo en reimaginar por completo la forma en que se mantenía el orden público en nuestro país, lo que me recordó que hacerse estas preguntas es su trabajo. Otra cosa que sé es que el papel de la generación más veterana es aconsejar a los más jóvenes para que no repitan al menos algunos de los errores que ya cometimos en el pasado y ayudarles, si es posible, a canalizar su pasión de manera que eviten los callejones sin salida o las arenas movedizas en las que se han encontrado. Pero sólo se puede llegar hasta aquí. También lo aprendí como padre. Se puede aconsejar, se puede sugerir, pero al final las nuevas generaciones tienen que cometer sus propios errores y luchar contra los límites que se les imponen y aprender sus propias lecciones. Creo que esto es algo bueno que me inspira confianza en que el progreso aún es posible.

PREGUNTA: Hay un punto crucial en el libro cuando habla de la elección de Sarah Palin como vicepresidenta por parte de su oponente en las elecciones presidenciales de 2008. Con respecto a esta elección, usted habla de «una realidad más amplia y oscura en la que la afiliación a un partido y la conveniencia política llegarían a anularlo todo». La califica de «anticipo de lo que está por venir»: así que le pregunto si usted, personalmente, y todo el Partido Demócrata no subestimaron quizás un poco el riesgo de que esta realidad «más oscura» pudiera ocupar directamente un lugar en la Casa Blanca.

RESPUESTA: No creo que haya subestimado ese riesgo, entre otras cosas porque esa tendencia en la política estadounidense siempre ha estado ahí: la parte de la política que, como he dicho antes, se identifica con la exclusión más que con la inclusión, que mira con recelo las diferencias y los forasteros. Este ha sido un tema constante a lo largo de la historia de Estados Unidos, y lo tenía bien presente. Hay momentos, como escribo en el libro, en los que me pregunto si había una forma de amortiguar la fuerza de esta mentalidad política, si había cosas que podría haber hecho personalmente para mitigarla. Me resulta difícil ser objetivo al respecto, pero lo que sí puedo decir es que me hubiera gustado llegar a la presidencia en un momento en el que no hubiera una crisis económica tan acuciante, porque entonces podría haber sido más eficaz a la hora de contrarrestar las desigualdades económicas que, estoy convencido, han contribuido a alimentar el populismo montado por Sarah Palin y Donald Trump. Tengo que ser honesto y decir que esos problemas tampoco se habrían resuelto entonces, porque muchos de ellos se derivaban de los cambios en la demografía y en nuestra composición racial, y porque fue la globalización la que empujó la economía hacia zonas fuertemente urbanizadas en lugar de a zonas rurales habitadas mayoritariamente por blancos. Esos cambios han creado una frustración, ira y resentimiento que tardarán en disiparse. Tuvimos la mala suerte de llegar en un momento en el que muchos de los problemas de la globalización y la tecnología estallaron al mismo tiempo, y tuvimos que reaccionar muy rápidamente para evitar otra Gran Depresión. Eso facilitó mucho que quienes pudieran compartir el punto de vista de Sarah Palin se contaran a sí mismos la historia de «ah, mira, esta gente de Nueva York y San Francisco está ayudando a los banqueros y no a nosotros». Otorgó credibilidad a algunas de las historias que contaron políticos como Palin o, más tarde, como Trump. Pero también tengo que recordar que no sólo fui elegido presidente en 2008, sino que fui reelegido en 2012, lo que significa que la mayoría de los estadounidenses, incluidos muchos votantes blancos de clase trabajadora, seguían prefiriendo una definición amplia e inclusiva de la democracia, y siguen haciéndolo hoy. Lo que ha cambiado, sobre lo que no tenía control, es la actuación de los medios de comunicación vinculados a la derecha radical de nuestro país, y la forma en que se ha remodelado el Partido Republicano. Dedico mucho tiempo a tratar esta tendencia -no sólo en EEUU, también en Europa y en el resto del mundo- que amplifica el poder de los canales de la derecha radical que operan a través de las redes sociales para alimentar la ira, el resentimiento social y las conspiraciones de una manera muy poderosa y concentrada. Antes había medios institucionales y una mayor dependencia de los canales de información oficiales y de las fuentes tradicionales. Ahora este sistema se ha roto y la velocidad de propagación de estos contenidos xenófobos, soberanistas o étnicos ha cambiado. Debemos hacer más para intentar contrarrestar estas narrativas que la gente absorbe cada día.

PREGUNTA: ¿Puede darme su definición de la palabra «inocencia»?

RESPUESTA: Creo que todos reconocemos el poder pero también el peligro de la inocencia, ¿no? Cuando pronuncié el discurso en el que hablé de la audacia de la esperanza, intenté describir la diferencia entre la esperanza basada en una tenaz conciencia de la realidad y la esperanza basada en la ignorancia voluntaria. Y creo que a veces confundimos la inocencia con la ingenuidad, en el sentido de pretender que todo está bien y que si no se habla de racismo y no se habla de nacionalismo, si no se habla del maltrato a las mujeres o no se habla de guerras y conflictos, todo eso desaparece. Esta es la clase de inocencia que no podemos permitirnos, en la que no podemos confiar demasiado. Sí podemos conservar ese sentimiento gracias al cual, a pesar de todo, seguimos teniendo la capacidad de tomar las decisiones correctas, la capacidad de generar acción y unión humana, de reconocernos y tratarnos con amabilidad. Y así, aunque no haya una verdad absoluta, hay algunas cosas que podemos tomar como verdades compartidas, por ejemplo, cómo tratar a los niños, cómo tratar a los vulnerables, a los ancianos, y asumir que una sociedad justa no puede basarse en el poder y la fuerza, sino en algo más esencial. Aquí hay algo que espero haber conservado, incluso después de todo lo que he leído, visto y hecho como presidente de EEUU, lo que espero que todos seamos capaces de conservar a medida que envejecemos: la capacidad de creer que las cosas pueden mejorar.

(…)

Así que ahí lo tienes. Tenía 35 preguntas, luego 25, después 15, y finalmente, siguiendo las estrictas instrucciones de su personal, me encerré en estas siete. Las respuestas que obtuve fueron más que suficientes para eliminar la curiosidad más importante: ¿sigue ahí? ¿Sigue ahí? Y la respuesta es sí: sigue ahí, y eso es suficiente.

Mi curiosidad se centra ahora en las notas que mi mujer y mi hija intercambiaron durante la entrevista, así que al cabo de un rato, cuando están tranquilas en el salón viendo la tele, vuelvo al ordenador para leerlas. Están en un bloc de notas adhesivas que se quedó allí. La más grande, en mayúsculas, es la letra de mi mujer; la más pequeña, en cursiva, es la de mi hija. Primera nota: «TENGO ANSIEDAD POR ÉL» (con una flecha apuntando hacia mí). Respuesta: «Lo hace muy bien con el idioma y todo. Relájate y cálmate». «YO CREO QUE NO ESTÁ GRABANDO». «Sí, está grabando». «NO HAY LUZ EN LA GRABADORA». «Sí hay». «No, se ha ido». Y luego el último, que no es un pósit sino un dibujo, un pequeño retrato de Obama hecho por mi hija, precioso, sonriente, increíblemente parecido teniendo en cuenta que no podía ver la pantalla y lo hizo de memoria. Ella nació en 2009, pudo grabarlo en su mente en los primeros siete años de su vida, los años que, según los científicos, son los fundamentales para la estructura de la imaginación. Así que hay más Obama en ella que en mí, como debe ser. Y permítanme creer que será su generación, en parte por esta razón, la que cambiará el mundo. Y que este mundo nuevo no sólo será más justo, más humano y misericordioso, también será más hermoso.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/el-mundo-que-viene/2021/08/07/610bcfa321efa0c57b8b45b3.html

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