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February 17, 2019
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Ayocotes poblanos
La llegada de Octubre siempre había provocado en el aventurero
alguna inclinación a la tristeza, no depresión, más bien a darle
prioridad al recuerdo de viejas vivencias ligadas a los amigos
desaparecidos. Hacía muchas décadas, su amigo Malacatín, el
gran iniciador del paladar de Zalacaín, le había llevado a la
preparación de la construcción de los altares de Huaquechula
cerca de Atlixco, un camino difícil, sinuoso y lleno de polvo y
algunas barrancas. Un poco más de tres horas para llegar a esa
población famosa, entre otras cosas por su convento y las
celebraciones de Todos Santos.
Fue ahí donde el aventurero probó los tamales de frijol con hoja
de aguacate y los especiales con base en el ayocote morado,
una leguminosa olvidada, casi ignorada en la actualidad en las
mesas de postín.
Por desgracia el ayocote era considerado como una comida
propia de las clases sociales menos pudientes en lo económico.
¬°Cuan equivocados estaban los prejuiciosos! El llamado frijol
ayocote existía desde antes de la llegada de los españoles, era
empleado por los mesoamericanos como parte de su dieta
cotidiana, principalmente se le consumía hervido y en forma de
tamal, con un poco de chile, posteriormente a la conquista el
ayocote se quedó refugiado en las chozas de los campesinos
pues el frijol pequeño fue más solicitado para la alimentación
diaria.
Alguna vez había escuchado en uno de los llamados "discos
prohibidos" de su juventud -donde existían palabras altisonantes
y albures mexicanos-, una canción con el tema de los ayocotes,
"La Tienda", decía en una de sus estrofas: "Desde Apizaco
ayocotes mandaba traer; exportaba el chipotle en cajones,
también la memela; chupones para el bebé, de un agorero hasta
un buey, chochos y mechas, bizcochos, tiraba rayuela...".
Los recetarios especializados en la cocina poblana y mexicana de
los siglos XVIII y XIX poca o nula cuenta daban de los ayocotes,
sólo mencionaban las de los frijoles principalmente blancos y con
énfasis a los sazonados en manteca de cerdo y tropiezos del
mismo animal o los cocinados en mantequilla. Sólo unas líneas
aparecen en relación al uso del ayocote en unos tamales de
frijol.
He aquí parte de la receta recuperada a mediados del XIX: Con
un cuartillo de maíz, se pone el nixtamal, que ha de hervir un
poco, y se deja enfriar. Estando frío, se lava y se pone a secar un
poco; se muele en seco, se pasa por un ayate, y se pasa de
nuevo por el metate. Se pone a derretir una libra de manteca,
dejándola quemar un poco, y se echan a la masa dos huevos, un
poco de agua de tequezquite con sal molida. Se tiene desde
antes molido el frijol, que ha de ser ayocote y en igual cantidad
de maíz..." Uno de los ingredientes de más aporte al sabor en
estos tamales era el uso de las hojas de aguacate.
Con el paso del tiempo el ayocote se convirtió en lujo,
sobretodo en las temporadas decembrinas, donde su consumo
aumentaba como plato final después del guajolote o el bacalao,
ninguna familia poblana podía dejar fuera los ayocotes alineados
con aceite de oliva, queso añejo, una sardina en aceite y un
chilpotle relleno de queso.
Las familias de origen español, a veces por incultura, otras por
una tendencia racista, llamaban a los ayocotes "prietos" y se
atrevían a compararlos con las fabes de La Granja o las
asturianas, blancas, fundamento de la fabada. Nada más alejado
de la realidad. El ayocote prehispánico es muy anterior al cultivo
de la fabe en tierras ibéricas.
Zalacaín recordó entrañablemente a Malacatín, en alguno de
esos periplos gastronómicos por el interior de las casas poblanas
cuando fueron convidados a una degustación muy especial,
alguna tía bisabuela de algún conocido, de apellido Velasco, aún
solía hacer los "ayocotes poblanos". Ambos se dispusieron a
conocer la receta y ser testigos de cómo se elaboraban.
Se empleaban frijoles ayocotes, cebolla, ajo, hojas de aguacate,
lomo de cerdo troceado y longaniza muy fresca. Los ayocotes se
remojaban una noche anterior, al día siguiente se pusieron a
cocer con una cebolla, ajo y sal, cuando daban un hervor, le
agregaban un poco de agua fría para retardar el cocimiento del
ayocote, una vez se apreciaba su reblandecimiento se agregó la
carne de puerco cortada en pequeños trozos, junto con la
longaniza y las hojas de aguacate tostadas y molidas. Todo se
dejó hervir hasta conseguir la blandura del ayocote y las carnes.
La tía bisabuela los puso en una cazuela de barro sobre la mesa y
una enorme cuchara de madera para servirlos a los platos, junto
aparecieron unos platones con tiritas de chiles chilpotles en
vinagre y queso de cabra desmenuzado.
Malacatín había preparado para la ocasión un poderoso Rioja,
quién sabe de dónde y con cuantas argucias se había hecho de
un par de botellas de Campo Viejo traídas de Cuba por algún
inmigrante expulsado por la Revolución de Castro. Decía
Malacatín, "estas dos botellas venían en la primera caja
exportada por Campo Viejo a Cuba, son un lujo".
Y así fue, dos platos bien servidos de ayocotes a la poblana, una
botella para cada uno y al final apareció una botella de Anís
Chinchón de banda morada, 74¬? de alcohol, para ayudar a la
digestión, se dijo el aventurero Zalacaín.
Algunos de los convidados a la comida, en otro salón de la casa,
murmuraban por la mezcla de vino y ayocotes. Zalacaín
recordaba la carcajada de Malacatín "ilusos, nunca han visto un
bodegón de Arrieta". Aquella tarde aparecieron anécdotas de
familia, algún habano medio duro, y después una caminata por las
calles de la ciudad; a cada paso los estómagos eran ayudados en
la digestión y por supuesto se ocultaban las flatulencias.
Al día siguiente en casa de Zalacaín apareció un recipiente con
una buena porción de ayocotes, más espesos, el recalentado fue
una poesía de sabores.
jesusmanuelh@mexico.com
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